LOS medios de comunicación se hacen eco de las críticas vertidas por el presidente del Banco Central Europeo a Mariano Rajoy en su comparecencia ante la comisión de asuntos económicos de la Eurocámara. Mario Draghi reprocha al presidente español su mala gestión, opacidad y lentitud en la toma de decisiones en el tema Bankia.

No le falta razón a tan insigne caballero. Lo que resulta llamativo es que no se hubiera dado cuenta hasta ahora. Cualquier persona informada en economía hace tiempo que veía venir esta situación, conocida la deriva tomada desde hace dos años por la mencionada entidad financiera

Los años 2008 y 2009 se presentaban como premonitorios de todo lo que después ha ido pasando. Por una parte, todo el sector financiero se iba preparando expectante ante lo que Basilea III iba a reclamar. Y en paralelo, comenzaron a aparecer balances problemáticos con los denominados activos tóxicos, así como una sobreexposición al riesgo inmobiliario, con el desencadenante final de la crisis financiera mundial.

En aquel momento los políticos españoles no afrontaron la situación y se centraron en cómo esconder las penurias que comenzaban a ser evidentes. Ha quedado para la historia la apelación del entonces presidente del Gobierno español a los brotes verdes, cuando la gente estaba percibiendo que más que brotar algo todo se estaba marchitando.

Al mismo tiempo la entonces oposición, y hoy gobierno, se convirtió en un azote permanente, trabajando a la contra, calculando que cuanto peor fueran las cosas mejor les iría a ellos. Los dos grandes partidos españoles dieron una lección de falta de responsabilidad y visión de Estado que, aunque parezca inaudito, mantienen todavía hoy en día.

No está de más recordar que en aquel entorno político, el PNV fue el único partido capaz de anticipar la problemática que venía y, a pesar de lo que le pedía el corazón, trató de aportar cierto raciocinio y cordura a la política económica española.

Centrándonos en el tema Bankia, en 2010 se produce el flamante nombramiento de Rodrigo Rato como presidente de una de las cajas de referencia o bandera del Estado español, Caja Madrid. Un fichaje de altura, que supuso el desembarco de una persona de prestigio, ex FMI y ex Lazard, que venía a reforzar la gestión y la imagen de una entidad en serias dificultades.

Ahí comenzaron los intentos de relanzar la entidad. Ahí comenzaron los tan cacareados procesos de SIP o fusiones frías. Caja Madrid fue una de las pioneras de esta figura, fusionándose con entidades de menor tamaño, pero sobre todo con una, que a la postre ha resultado fatal, Bancaja. Una caja que todo el mundo sabía tenía una sobreexposición al mundo de la promoción y la construcción inmobiliaria muy importante. En ese momento Rato decidió dar un paso adelante, en una insólita combinación de ambición política y profesional. Por una parte, respondió positivamente a la necesidad del PP de seguir protegiendo las dos cajas más importantes que controlaba. Y por otra, sucumbió a la ambición de los diferentes gestores, activos y pasivos, de crear una gran entidad financiera española y centralista. Así nació Bankia, de la suma de Caja Madrid, Bancaja, Caja Canarias, Caja Ávila, Caixa Laietana, Caja Segovia y Caja Rioja.

En ese preciso instante se inicia una secuencia de permanente huida hacia delante: separación de banco bueno y banco malo, eso sí, apareciendo luego activos tóxicos no conocidos de antemano; necesidades cada vez más imperiosas y urgentes de liquidez; y lo que a la luz de los acontecimientos resulta escandaloso, impresionante campaña, primero de concienciación para la salida a Bolsa, y a continuación de captación del interés de los inversores. Todo ello con un absoluto respaldo político, institucional y mediático, incluyendo incluso ayudas del FROB.

Llega el momento de la salida a Bolsa y pasa lo que tenía que pasar. Entre la debilidad de la marca España y la publicación de la información técnica sobre Bankia y sus miserias ocultas, el resultado es nefasto. El banco bueno que se había gestado para todo esto, Bankia, se hunde, y el malo, o matriz, se queda como se queda.

Así llegamos al día de hoy, con Bankia levantando el dedo como el anuncio de donuts para decir: "yo quiero que me ayuden". El Gobierno español, como no podía ser de otra manera, dice que hay que hacerlo. No es normal, merece la pena pensar qué hubiera pasado si esto le ocurre a una entidad no centralista o qué pensarán los cientos de miles de empresarios y ciudadanos con problemas financieros. La situación no es normal y no olvidemos que a alguno más le va a tocar levantar el dedo para pedir otro donuts, y a este ¿qué se le va a decir?

Hemos asistido a un auténtico desaguisado de gestión, que curiosamente coincide con las comunidades españolas con déficit público más elevado. Autonomías con un importante déficit público, y que esconden a su jefe parte de su déficit, ni más ni menos que el doble de lo declarado. En esta situación de crisis en la que no hay un euro, el Gobierno español ha encontrado la solución, y la liquidez, para su emblema financiero. Ha decidido que hay que apoyar a Bankia por encima de todo, es decir, que hay dinero para Rato. O para lo que ha dejado Rato.

Esta es la cruda realidad. Y la única solución, por más vueltas que le demos, es que Europa sea una Europa de verdad, con liderazgo, con armonización fiscal y con capacidad ejecutiva. Con un BCE que pueda hacer, y que cuando realmente se inyecte liquidez al sistema, llegue al sistema, no vaya al sistema español Gargantúa. La liquidez es imprescindible para que, en paralelo a las reformas y medidas de ajuste, pueda fluir el crédito para invertir, para generar efectos multiplicadores, para incentivar el crecimiento. Es urgente que revierta la situación porque de lo contrario el pesimismo nos va a conducir al cataclismo y si el dinero sigue siendo para Rato, tendremos crisis para rato.