COMENTABA en el artículo anterior que la internacionalización de la economía vasca es creciente gracias a su apertura al comercio exterior, pero que la penetración en países emergentes debe aumentar.

Si hacemos caso al Informe de Competitividad del País Vasco 2011, de Orkestra, "la Comunidad Autónoma Vasca presenta un ratio bastante aceptable en lo relativo a inversión directa en el exterior, por encima de las medias españolas y de la UE". Pero, en el durísimo escenario actual, el objetivo de Euskadi no debe ser lograr un "ratio bastante aceptable", sino uno excelente.

Estamos muy lejos de ser una economía transnacional, porque no es suficiente contar con 2.266 filiales vascas en otros países, ni que en India, un inmenso y prometedor subcontinente, solo estén instaladas 43 de nuestras empresas.

Hay que invertir mucho más en el exterior si queremos disfrutar de una posición internacional sólida que ayude al crecimiento de nuestra economía y permita mantener aquí los puestos de trabajo de mayor nivel profesional y más alta cualificación y defender de manera eficiente el mercado interior.

Debe hacerse sabiendo que establecer una filial en otro país es una operación empresarial muy compleja que siempre exige valorar algunas referencias imprescindibles.

Ante todo, la empresa debe definir su propia estrategia y contar con una gran finura de análisis de riesgo/oportunidad y de selección de alternativas y con una notable fortaleza financiera. Además, no debe establecerse en otro mercado si no tiene capital, talento y tecnología suficientes o, mejor expresado, capacidades para exportar, o posibilidad de adquirirlas.

En segundo término hay que evitar cinco errores típicos: el complejo de conquistador, la exportación de los peores, la tentación de comprar adornos que solo sirven para rellenar la Memoria, hacer el papel de llanero solitario o convertirse en el último de la fila en un determinado país.

Y, junto a todo lo anterior, hay que destacar que la seguridad jurídica y la medición del riesgo político son críticas (¿recordamos las tribulaciones de Repsol y de Red Eléctrica?), que una implantación exterior consume mucho tiempo y atención de la cúpula de la empresa y que, una vez creada o comprada la filial, hay que superar un difícil desafío: construir una nueva cultura aceptada por todos y con la que los nuevos se sientan identificados e integrados.

Los 34 países de la OCDE son los más conocidos para nuestras empresas, pues en ellos se vende el 78% de sus exportaciones. El 22% restante se coloca en un gigantesco mercado de 159 estados, en los que viven 5.779 millones de personas, el 83% de la población mundial. El campo es inmenso.

Asumiéndolo como una gran oportunidad, debemos lograr, cuanto antes, una conciencia generalizada de que nuestro futuro pasa por una internacionalización intensa, apoyada en un crecimiento muy sensible de la innovación. Para transformarnos en una economía tecnológicamente más avanzada y muy competitiva, que debe lograr objetivos de máxima presencia global, resulta crítico superar los objetivos del vigente Plan de Ciencia, Tecnología e Innovación del País Vasco.

Sobre esta base, se debe penetrar con mucha mayor intensidad en los países emergentes más dinámicos del mundo. Por supuesto, en Brasil, Rusia, India y China, pero también en México, Corea del Sur, Indonesia, Turquía, Egipto, Vietnam, Marruecos, Taiwán y en el resto de América Latina, porque ahí se concentrarán casi dos tercios del crecimiento mundial de la próxima década.

Además de cantidad, debemos buscar calidad. Una economía muy innovadora como debe ser la vasca, no solo debe aspirar a vender bienes en el exterior. Hay que intensificar mucho más la internacionalización de nuestros agentes científicos-tecnológicos, potenciar equipos de investigación globales y saber exportar, asimismo, productos y servicios enriquecidos por el conocimiento y la innovación.

Para lograr estos objetivos, además de defender con fuerza que el euro no puede seguir sobrevalorado, me atrevería a plantear seis peticiones muy concretas:

Primera, un apoyo aún más decidido desde las instituciones al intenso esfuerzo por mejorar el posicionamiento de la economía vasca. La internacionalización es un objetivo estratégico crítico que debe quedar a salvo de restricciones presupuestarias coyunturales.

Segunda, hay que corregir el gran déficit actual en la internacionalización de nuestras pymes. Es preciso que las empresas tractoras arrastren a las pymes proveedoras en su salida al exterior. Y es necesario superar la fragmentación y el minifundismo que nos caracteriza, concentrando esfuerzos, apoyándonos en los clusters existentes y en la asociación entre empresas, o creando UTEs, para abordar los mercados más lejanos o exigentes.

Tercera. Las Cámaras de Comercio deberían ser reforzadas y actuar conjuntamente como Eusko Ganberak para potenciar su actividad en este campo, aportar mejor y mayor capacidad de análisis de los mercados más atractivos y abrir a muchas empresas vascas, de dimensión mediana o pequeña, el camino de la exportación, que será también el de su transformación.

Cuarta, hay que pedir al sistema educativo vasco, y muy especialmente al universitario, más apoyo a la internacionalización y una formación específica para la innovación que facilite la misma. Necesitamos una población abierta al mundo y que domine el inglés y otras lenguas, como lo han logrado los países nórdicos. Y precisamos universitarios, de ambos géneros, con vocación internacional y dispuestos a trabajar en otros países, porque su futuro profesional será global o no será.

Quinta, hay que conocer y aprovechar mucho más las redes empresariales y científicas de la diáspora vasca en el exterior, como hacen otras naciones.

Y sexta, hay que ayudar, todavía más, a las empresas vascas en la cobertura de sus necesidades de financiación, lo cual exige un singular apoyo del sistema financiero, en especial de las entidades bancarias con mayor implantación en Euskadi.

Sobre estas imprescindibles bases, se debería doblar el número de filiales de compañías vascas en el exterior y también el de las sociedades exportadoras para, por esta doble vía, alcanzar un volumen de exportaciones que se aproxime a la mitad del PIB en 2015. Será una sólida garantía de futuro.

Para reforzarla, necesitamos cuidar mucho más y potenciar la marca Euskadi, una vez que van quedando atrás las dolorosas excrecencias que hemos padecido. Más allá de iniciativas puntuales, es preciso impulsar la proyección de nuestra economía a través de una gestión sostenida de la imagen del País Vasco en el mundo, específicamente en los mercados que mayores oportunidades van a generar en el futuro.

Quiero dejar claro, como conclusión, que en Euskadi sobran la depresión, el derrotismo, el conformismo y la autocomplacencia. Demos un sí rotundo, en cambio, a su transformación, apoyada en la internacionalización de una economía que debe ser muy innovadora.