RAJOY movió ficha. Es la interpretación más ampliamente compartida tras anunciarse la nueva política penitenciaria que el Gobierno del PP aplicará a los presos de organizaciones criminales, que es un eufemismo para tomar por el genérico la particularidad de ETA. Luego llegaron y llegarán las interpretaciones más o menos templadas, más o menos incendiarias según lo que a cada cual le va en el asunto. Pero lo que es evidente es que la estrategia del Ministerio del Interior ha cobrado forma y constituye un movimiento en el tablero. Quizá por eso la valoración de voces representativas de la izquierda abertzale sosteniendo en primera instancia que no hay cambios en la partida es, en sí misma, representativa de un determinado modo de jugarla.

El PP ha dado dos pasos en esta partida desde que gobierna en Madrid. El primero fue escaparse del lazo que Rosa Díez le tendía en torno al cuello de Amaiur. Puesto en la tesitura de sumarse a la algarada de la ilegalización sin fundamento, la derecha española gobernante eligió entonces terrenos más templados. Y no porque sea menos derecha ni menos española, sino porque está menos necesitada de alimentarse de la agitación de trapos ya conocidos ante el hocico de una base social acostumbrada a embestir desde el dogmatismo nacional.

El segundo paso públicamente reconocible lo dio la semana pasada cuando transmitía su estrategia penitenciaria. Es un paso que parte de la misma zona templada en la que ya se había situado y, sin ser espectacular, es reconocible de un cambio de fondo que ahora apunta a la función social de la sanción penitenciaria, que debe estar orientada a la reinserción. Precisamente por ser un cambio en la pauta, sus propios protagonistas se afanaron en restarle trascendencia ante las asociaciones politizadas de víctimas. Que es prudente no azuzar al morlaco pero temerario hacer como que no está ahí. Está y a las pocas horas quedó bien claro que no faltará, en la cuadrilla del propio presidente del Gobierno, subalterno que le cite a los medios, como se ocupó de confirmar Mayor Oreja.

Rajoy ha elegido jugar lentamente esta partida. Mide sus fichas y ha decidido que su juego es el parchís. Marcando los movimientos del resto de jugadores y tratando de ser él quien lleve la delantera consciente de que es igual de importante para sus intereses mover sin aliento ajeno en el cogote como sacar todas sus fichas cubriendo a cada una de ellas con las demás. La importancia de la partida está en que definitivamente el presidente español ha decidido jugarla. No arriesgará en ella, pero los dados han empezado a rodar y es evidente que sus movimientos no son rápidos pero han puesto en marcha la ronda para que todos los jugadores tiren. Y, cuando lo hayan hecho, le volverá la ronda y tendrá la obligación asumida de seguir tirando. Esa obligación es virtud para el proceso de superación del conflicto violento y sus consecuencias. Porque hay un jugador que se ha sumado a la partida, porque tendrá que seguir jugando y porque el turno le llega también al resto.

En el abanico político vasco, PNV y PSE han entendido que el ciclo está en marcha. Y porque lo ha entendido también así se explica la reacción de la izquierda abertzale cuando niega la existencia de un cambio tras la decisión del Gobierno español. Le parece poco margen de maniobra para que le vuelva a llegar el turno. Y le llega. Hay que admitir que esta partida se está jugando porque la izquierda abertzale protagonizó unos primeros movimientos vigorosos. Lo hizo cuando entendió que no participar en el juego no era sinónimo de que no hubiese partida; solo de que no tenía opción de ganarla. Y ahora participa en el juego para ganarlo. Solo que no juegan a lo mismo.

Si Rajoy juega al parchís, la izquierda abertzale lo hace al dominó. No a enlazar jugadas sino a poner las fichas de pie, una junto a otra, formando un dibujo para cuando haga caer la primera sobre la segunda y la reacción en cadena cree un efecto vistoso. El anuncio del fin de la violencia de ETA es una pieza grande, inequívoca. Pero aún hoy parece que pretende dejarla caer sobre las fichas ajenas, dejando desperdigado el dibujo político de sus rivales. ¿Es suficientemente grande y embelesadora esa pieza para desmontar el dibujo soberanista centenario del PNV y sustituirlo por una construcción nacional definida en términos de declaración de intenciones que elude concretar para no someterse al riesgo de fractura? ¿Para atraer a su sombra a un socialismo vasco que abrace el discurso social de izquierda amnésico del precio macabro que una concepción patrimonialista del país se ha cobrado entre sus filas?

En este dominó que solo gana quien consiga esparcir las fichas del resto de jugadores se ha desenvuelto con comodidad el discurso reivindicativo de la izquierda más radical desde los tiempos de Herri Batasuna al presente de Amaiur y el futuro de Sortu. Sin responsabilidad porque esta se sitúa en el lado del rival político; avezada en la gestión de la frustración de objetivos no por inalcanzables sino por la presunta falta de voluntad de otros. En la indefinición de una tramoya de portavoces y estructuras representativas de un mismo colectivo sociopolítico que proyecta una dimensión múltiple y transversal de lo que no es sino un cuerpo único en el que se integran o diluyen los matices de cualquier corriente de opinión no ortodoxa.

Es el juego de la caverna de Platón que hoy proyecta sobre la pared de un amplio colectivo social abertzale la ficción de que se está a las puertas de una segunda amnistía y una conversión de ETA a movimiento político o agente social que impida su desaparición. Que es ese y no otro el verdadero final del conflicto y que quien no lo suscribe es un enemigo o un traidor. Como describía el filósofo en sus diálogos con Aristóteles, quienes ven esta proyección solo valoran e intercambian criterios en torno a ella, como si fuese la realidad tangible. Interpretan el resto de hechos a la luz de esa imagen y en relación a ella. En la consecución de esa proyección son o no de valor los gestos, pasos y criterios del resto de fuerzas políticas. Y esa estrategia está siendo un éxito en la conformación de criterio en un sector amplio de la opinión pública abertzale. En algunos casos, como sostiene el diálogo ficticio de Platón y Aristóteles, hasta el punto de que ante la visión clara de la luz fuera de la caverna, los ojos doloridos se vuelven hacia la seguridad de un entorno oscuro que les salva del doloroso contacto con la realidad. Mientras esto siga siendo así ¿quién va a querer jugar a nada?