En los últimos años, el debate sobre la proporcionalidad de la asignación de escaños en el Congreso ha ido tomando fuerza. El que formaciones como UPyD o IU protesten de manera más o menos airosa resulta comprensible. En cualquier sistema electoral hay beneficiados y perjudicados y los partidos políticos luchan por imponer aquellas reglas que les benefician. Lo que me inquieta es que algunos académicos como el Dr. Urdánoz Ganuza sean abanderados de una lucha ideológica y la camuflen bajo el paraguas de la discusión académica. En artículos como Nada justifica la desigualdad del voto, publicado en El País el pasado 24 de mayo critica el reparto de escaños del Congreso definido en los artículos 162 y 163 de la ley Orgánica del Régimen Electoral General 5/1985.

Cabe asumir que el señor Urdánoz es contrario al mínimo de dos diputados por provincia y al hecho de que Ceuta y Melilla tengan un diputado cada uno. Seguramente, en pos de obtener una representación más proporcional también estaría a favor de que hubiera un distrito electoral único (con el fin de minimizar los restos) y de cambiar el sistema D"Hondt por el Cociente Droop. Este último es el que se utiliza para asignar el número de diputados a cada provincia más allá del mínimo correspondiente y se caracteriza por mantener la proporcionalidad.

El autor ya menciona el hecho de que en los sistemas federales las cámaras altas no cumplen con esta igualdad del voto. Esto es algo aceptado en la ciencia política, dado que un sistema electoral ha de responder también a la ordenación territorial interna. Por lo tanto, no se discute sobre la desigualdad del voto con respecto al Senado. Simplemente se deja de lado argumentando en contra de la existencia de dos cámaras que no cumplan la proporcionalidad.

Estos análisis superficiales no son el producto de una falta de conocimiento de personas con el bagaje académico del señor Urdánoz. La intencionalidad política es notoria porque se omite la cuestión de la falta de poder de la cámara alta. Aumentar la proporcionalidad del Congreso manteniendo la asimetría de poder entre las dos cámaras es un obvio giro centralizador. Y es que a algunos, no les importa tanto que algunas regiones estén sobrerrepresentadas, siempre que sea en una cámara sin poder alguno.

La división del poder de las dos cámaras en base a la naturaleza de las materias que se legislan y su mayor o menor afectación a las competencias descentralizadas es más fácil de plantear que de resolver. Personalmente, me temo cómo se solucionaría este problema: jerarquizando las dos cámaras de manera que resulte victorioso el Congreso o con la ayuda del Tribunal Constitucional, cuya independencia política resulta menos creíble que las propiedades terapéuticas del Power Balance. De lo contrario un ejecutivo tendría que obtener dos mayorías (una en el Congreso y otra en el Senado), valiéndose del apoyo de distintos partidos: de los minoritarios estatales y de las mayorías periféricas. Observar al actual gobierno de Zapatero nos puede dar una idea de lo que puede significar buscar continuamente alianzas temporales con partidos diferentes.

La búsqueda de gobiernos estables, la proporcionalidad y la coordinación con los gobiernos autonómicos son los principios que han guiado en la construcción de este sistema electoral. Una de las consecuencias más importante de este modelo no son los escaños que ganan los dos grandes partidos a costa de las minorías de ámbito estatal como son IU y UPyD, sino que la estabilidad del gobierno central esté condicionada por el apoyo de las mayorías periféricas, como son los mal llamados partidos nacionalistas. Este es el equilibrio consecuente de la aplicación de los tres principios antes mencionados.

Definitivamente, no fue el beneficio de los partidos nacionalistas el que condicionó el actual sistema electoral. De hecho los partidos catalanes pierden escaños con respecto a una representación proporcional. Los únicos que ganan algo son el PNV y NaBai, además de otros partidos vascos y aragoneses en legislaturas previas. ¿Acaso son tan importantes estas formaciones como para condicionar un sistema electoral? No seamos ingenuos y mantengamos la diferencia conceptual entre partidos nacionalistas y mayorías regionales en un sistema cercano al federal, como lo es el de las comunidades autónomas. Hablar del primero, en vez de el segundo, tiene claros matices de centralización o, sin eufemismos, de nacionalismo español. Y no digo que no pueda ser aceptable, siempre y cuando se discuta abiertamente, sin disfraces.