Maldito pinganillo
El actor Fernando Tejero, que firma un papelón en la película de Amenábar El cautivo como fraile villano, ha reconocido la farsa teatral de los realitys. “Está todo guionizado”, denunció sobre el MasterChef de los famosos. “Quieren roles, está el guapo, el borde, el simpático... a mí me tocó ser el borde”. ¿Y ahora nos caemos del guindo, cuando esta fabulación es corriente, sobre todo desde que inventaron el pinganillo? Tras el caso de Verónica Forqué hace tres años ese programa presuntamente gastronómico es un artefacto peligroso. El pinganillo da órdenes, adjudica emociones y anula toda libertad personal. Es tu identidad audiovisual. En los debates políticos los contertulios no llevan pinganillo, van a pelo con opiniones previsibles. Al PP le representan los peores del mercado y se fía más de Pablo Motos, Iker Jiménez y Juan del Val, a quien Planeta -amo de Atresmedia- ha regalado su devaluado premio literario. Ya no le quedan a la derecha intelectuales que arreglen los destrozos de Ayuso. Uno de ellos, Juan Manuel de Prada, nacido en Barakaldo, ha dicho que le han expulsado de todas las tertulias y prefiere escribir sermones en Vocento. Nunca hubo mejor imitador de Chesterton que Prada. ¿Y por qué culpar al pinganillo si la gente camina con auriculares blancos y llevarán videogafas cuando Mark Zuckerberg las venda a buen precio? ¿Sabían que el dueño de Meta (Facebook e Instagram) “no tiene televisión en casa”? Lo afirma Sarah Wynn-Williams, quien fuera su asistente político, en el libro Los irresponsables. Es muy esclarecedor de lo que nos viene encima. En un futuro las personas vivirán con sus sentidos condicionados digitalmente. Las aplicaciones de pago gobernarán su vista, olfato, oído, gusto y tacto. Y todo.