Cualquiera que haya ejercido de vocal o interventor en una mesa electoral sabe lo difícil, por no decir imposible, que es hacer trampas en el recuento de votos. Evitar el pucherazo fue la primera victoria democrática de la gente en un país de tradición pícara y caciquil.

Pero la saga de los trileros continúa en España desde lo más alto, en el Senado, que corrompe sus normas para un mezquino provecho, hasta la televisión, donde es corriente engañar a los espectadores con votaciones fakes y escrutinios opacos.

En esta parodia son expertos los realitys de Telecinco que basan su popularidad y demagogia en los sufragios del público a través de redes y aplicaciones digitales. Hay que ser muy ingenuo para participar en estos concursos creyendo ser determinante en sus resultados. Cuando escuchas al presentador/a proclamar con énfasis “la audiencia ha decidido…” te entra un ataque de risa o de rabia por quienes se tragan el fraude y por los timadores.

El pucherazo lo administra el programa a lo Putin y a conveniencia de una mayor cuota de telespectadores. ¿Hay algún notario por ahí? Sí, pero para protocolizar las bases del formato y no para certificar el recuento.

Solo TVE mostró ante las cámaras a su notario particular, de carne y hueso, que confirmó la cuenta de votos en El mejor de la Historia, espacio fallido presentado por Silvia Intxaurrondo. Los fedatarios, por cierto, también tienen su televisión en la red, Canal Notarial. La Ley Audiovisual permite el tongo de las votaciones digitales sin que la inane Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia mueva un dedo. Hay una guerra de la opacidad contra la transparencia en la que, ahora mismo, Julian Assange es su martirizada víctima. En esta trinchera nuestra mejor defensa es un radical escepticismo.