Encantos de la Copa
Si se profundiza un poco en lo que hay detrás de un cruce entre un conjunto profesionalizado hasta en el más mínimo detalle y otro donde es prácticamente imposible que alguno de sus componentes algún día milite en la élite, podrán degustarse los encantos que ofrece el fútbol en su expresión más genuina. Y se entenderá, aunque parezca mentira, que el sentimiento del poderoso tras haber eliminado al débil sea de alivio. Exclusivamente: ni de orgullo, ni de superioridad, tampoco de alegría o de satisfacción. Solo de alivio, consciente de lo expuesto que estuvo hasta que el partido terminó y de cuanto necesitó pelear para ver cumplido el pronóstico que certifica su acceso a la siguiente ronda del torneo.
Lleva razón Valverde al declarar que el formato que rige en la Copa hasta semifinales, a partido único en casa del conjunto de inferior categoría, coloca a equipos como el Athletic en situaciones inverosímiles, que jamás se reproducirían en un compromiso rutinario de la liga en Primera. La reciente visita al Ourense sería el paradigma ideal, un argumento irrebatible para avalar la opinión del míster rojiblanco y su largo suspiro a la conclusión del encuentro. Este partido fue perfecto para confirmar los temores expresados de víspera por Valverde.
Quizá, escuchándole, a mucha gente le vino a la cabeza la eliminatoria con el Logroñés celebrada a primeros del pasado enero. Aquello le pilló al Athletic en plena racha de éxitos, al calor de una estadística que hablaba de dos meses sin conceder una sola derrota. Sin embargo, faltó muy poco para que la felicidad se viese interrumpida de golpe y porrazo. Accedió a octavos en la tanda de penaltis, no sin antes recurrir de urgencia a los Williams y Jauregizar para evitar un disgusto antes de alcanzar la prórroga.
En realidad, cuando avisaba del peligro que aguardaba en Ourense, en el fuero interno de Valverde bullía la dura experiencia que vivió en El Malecón de Torrelavega. “No hay palabras para describir lo que se siente en el vestuario”, dijo entonces, aún incrédulo ante la remontada en el tiempo añadido de la Gimnástica, colista de Segunda B. Pasados más de 22 años, Valverde no ha olvidado cómo aquel día de nada le sirvió haber alineado al grueso de los titulares, incapaces de gestionar con éxito una ronda que tuvieron encarrilada en el descanso.
De inicio, en O Couto no puso a sus favoritos porque no podía exprimir más al bloque titular y al Athletic le tocó correr hasta la extenuación, resbalando o hincando los tacos en un barro pringoso. El riesgo de la derrota le rondó durante 116 minutos, no de manera obvia si se quiere, pero sí presionando como esa amenaza latente que siempre se cierne sobre el indiscutible favorito. Un rebote, una desgracia, una entrada a destiempo, una tontería; en fin, con el vigente formato copero cualquier acción basta para generar un cataclismo. Lo hubiese sido quedar apeado a estas alturas.
De nuevo faltarían las palabras en el turno de las explicaciones. Apuntar que Valverde metió de golpe ocho cambios, un portero inédito, al igual que la pareja de medios, un lateral reconvertido en central, le dio la primera titularidad a un delantero y fue ubicado como extremo… Demasiados temas facilones a mano para encender ánimos y agriar conclusiones. El principal, cómo no, despedirse de la Copa, una posibilidad que volverá a cobrar sentido en octavos. Otra vez tocará actuar en campo ajeno, barro no habrá, pero sí un rival más potente, de Segunda, loco por tumbar a un aspirante al título.
