Oihan Sancet fue reconocido como la piedra angular de la contundente reacción del Athletic ante el Rayo. Poco margen dejó para la discrepancia el autor de dos de los tres goles que voltearon el marcador, el segundo revestido además de un significado estadístico ineludible. Se ha hecho esperar la versión ideal de un futbolista que, aparte de ser el mejor dotado de la plantilla en facetas que merecen la cotización más alta en este deporte, es capaz de activar las prestaciones de los compañeros. Es un caso singular en el sentido de que la gente de su nivel a menudo tiende al individualismo, pero Sancet opera de manera distinta: nunca peca de egoísmo, él se pone al servicio de todos, cuanto propone o inventa suele ser para beneficio del colectivo.

Victoria ante el Rayo

En la última victoria, Sancet fue determinante por su inclinación natural a asociarse y facilitar el trabajo de los demás, pero no solo. Se ha de resaltar que asumiese y aprovechase la responsabilidad del lanzamiento del penalti. Si se exceptúa un disparo de Djaló, era la primera gran oportunidad del equipo para pleitear de verdad por los puntos. Pero es bien sabido que se trata de una circunstancia que, desde hace tiempo, en vez de fuente de alegrías se ha convertido en un chorro de disgustos. Es difícil de justificar los porcentajes de error que acumula el Athletic desde los once metros, los constantes cambios de tirador, las fórmulas que se escogen para ejecutar la denominada pena máxima y el hecho de que quienes han fallado sigan probando en citas oficiales.

Superado con éxito este trámite tan increíblemente peliagudo para los rojiblancos, lo que vino a continuación resultó más llevadero. El Rayo acusó el golpe, mientras el Athletic ya no paró de crecer para terminar de girar el signo de un compromiso que se torció por razones evidentes. Todo el mundo entendió el porqué de la alineación elegida por Valverde, aunque existía el riesgo de que, frente a un enemigo descarado, que no especula y posee mimbres de sobra para enredar, ocurriera lo que hubo que presenciar hasta el descanso.

La aportación de Maroan

El Athletic lo intentó desde el comienzo, pero pronto se percibió que le costaba carburar, que no podía intimidar al Rayo. La desconexión con los elementos más ofensivos poco a poco fue menguando la solidez que normalmente exhibe sin balón. Sin la opción de golpear arriba, abajo surgen dudas y no se toman las decisiones adecuadas. Justo al revés de lo que vimos a raíz de los cambios que, más pronto que nunca, tuvo que realizar el técnico. Sí, se incorporó Sancet, como ya se ha mencionado, pero se dejó sentir y mucho la aportación de Maroan, quizás la más importante hasta la fecha.

No marcó, una exigencia que siempre persigue a un ariete, pero el incordio que representó para la zaga madrileña se reveló capital para que el Athletic condujese la pelea a su terreno. Basta con fijarse en el número de balones que puso en danza tras envíos largos o la osadía que demostró para intentar el gol sin complejos, acaso con una pizca de precipitación, pero erigiéndose en una amenaza que sacó de quicio a Lejeune y Aridane.

La actuación de Djaló

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La tentación de contrastar el rol de Maroan con el de Djaló da para otra reflexión. Uno goza de la confianza y de los minutos que cualquiera precisa para desarrollar su trabajo y mostrar sus condiciones; el otro, en absoluto. Se podrá alegar que Djaló no se ha ganado ese estatus, pero estaría bueno que de repente, tras dos meses ajeno a la competición y cuando desde el verano no ha conseguido integrarse en la dinámica del juego, lo borde precisamente en una cita donde, mira qué casualidad, no está rodeado de los hombres que realzan la propuesta ofensiva del equipo.

Los gestos de desesperación que dejó en cada intervención frustrada por sus ansias de agradar y la ausencia de colaboración, aconsejan atenuar la crítica. Nadie lamenta más que Djaló su pobre rendimiento. En el otro platillo de la balanza ha de colocarse a Jauregizar, un chaval con un poder de superación que no es normal. El domingo volvió a pasar del tono gris a un brillo de deslumbrante intensidad como quien lava. ¿Qué come este chico?