Sin pecar de optimismo, el Athletic tiene ante sí una magnífica oportunidad de avanzar en la Europa League y colarse en la antesala de la final. La entidad del rival que le ha correspondido y el hecho de que el segundo enfrentamiento sea en San Mamés, avalan la reflexión. No es el Rangers lo que se dice un coco, sino más bien un equipo con limitaciones evidentes que, no obstante, si ha llegado hasta aquí y a falta de otros alicientes, pues el líder Celtic está fuera de su alcance en el campeonato liguero, seguro que echará el resto.

Recordar que el Rangers, al igual que el Athletic, se clasificó entre los ocho mejores en la fase de grupos, quedando en último lugar empatado a puntos con el Bodo Glimt, Anderlecht y Steaua de Bucarest, a los que adelantó gracias a la diferencia de goles. Eximido de la eliminatoria de dieciseisavos, en octavos protagonizó un emocionante duelo con el Fenerbahce, resuelto en su estadio, donde necesitó de la tanda de penaltis ante su incapacidad para mantener la ventaja (1-3) lograda en la ida.

En principio, el Athletic debe agradecer al Rangers que apease al conjunto turco. Aunque en la liguilla, los rojiblancos ya les ganaron en su campo, los de Mourinho forman una colección de futbolistas expertos y de calidad, tan resolutivos y por tanto peligrosos, como irregulares. El cuadro escocés es más asequible que el Fenerbahce, más fácil de desentrañar, más previsible por estilo de juego y perfil de la plantilla.

Barry Ferguson dirige una mezcla de jugadores originarios de la isla y fichajes de muy diversa procedencia, destacando por número los africanos. Ninguno que resulte conocido para el aficionado medio. Bueno, hay una excepción que revelaría el nivel medio del grupo. Se trata de Ianis Hagi, hijo del gran Gica, repescado en verano tras su cesión al Alavés. Un interior que, a sus 26 años, ha cambiado de camiseta en media docena de ocasiones y en ningún destino ha podido descollar. Captado por el Rangers cuando era una promesa, tampoco en la actualidad figura entre los habituales del once.

Músculo, generosidad en el despliegue, tendencia a proyectarse en ataque por la vía rápida, la dureza como seña de identidad de los defensas, que suelen formar con tres de fondo y laterales agregados al centro del campo, zona que reúne a tipos esforzados que enseguida intentan conectarse con el checo Cerny, clarividente y con notable puntería, o Diamande, costamarfileño, que componen la pareja que trata de surtir a Dessers, un ariete que se vacía en su personal batalla con las zagas rivales. A destacar la fiabilidad de Butland, portero veterano y sobrio, así como la aportación en el balón parado del capitán Tavernier, lateral en origen que ya no se prodiga tanto en ataque.

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En resumen, un colectivo que, curiosamente dirá alguno, no termina de rentabilizar el tremendo ambiente que genera su afición, caracterizada por la sincronía y el alarde de decibelios con que entona sus cánticos. Será acaso porque, en realidad, el Rangers no está especialmente dotado para cargar con el peso de los partidos, prefiere el asalto a la elaboración y eso a menudo le lleva a incurrir en descompensaciones y a pasar apuros en la retaguardia.

Esta noche, si carbura como sabe, como mínimo, el Athletic debería encarrilar la eliminatoria. Por calidad y porque adversarios de esta clase se prestan a que desarrolle su potencial ofensivo al amparo del reconocido equilibrio táctico que le permite blindar el área propia. Lo único a evitar sería dejarse llevar por el ímpetu de un Rangers consciente de su inferioridad.