A finales del siglo XIX, muchas fábricas decidieron cambiar sus motores de vapor por motores eléctricos, pero conservaron el diseño heredado de la Revolución Industrial. Obtuvieron mejoras, pero modestas. Hasta que Henry Ford no introdujo la cadena de montaje (1913) se rediseñaron por completo los espacios y la eficiencia se disparó. Aquello no fue una auténtica revolución que transformó industrias y dio paso a nuevos gigantes empresariales.
Algo similar ocurrió con las escuelas. A partir de 2010, comenzaron a llenarse de pizarras digitales, tablets y plataformas educativas online. Igual que en aquellas fábricas, el corazón del sistema apenas cambió. Seguimos organizando el aula como en el siglo XIX, clases magistrales, libros de texto y esquemas de enseñanza vertical. Se mejoró el acceso a los contenidos, se personalizó levemente el aprendizaje pero el salto fue más cuantitativo que cualitativo.
Inclusión, equidad y desarrollo competencial
Con la llegada de la inteligencia artificial, vemos algo parecido. Se están utilizando herramientas digitales para agilizar tareas administrativas, generar informes o corregir exámenes con mayor rapidez. Pero es como si volvemos a cambiar el motor sin rediseñar la fábrica. Esto se queda corto si queremos responder a los desafíos reales de la educación actual: inclusión, equidad y desarrollo competencial, como bien señala la LOMLOE.
¿Y si la IA nos ayudara a adaptar la enseñanza en tiempo real a las necesidades de cada alumno? ¿Y si el aula no fuera un espacio cerrado, sino una comunidad global, activa y colaborativa?
Enseñanza personalizada a cada alumno
Quizá ha llegado el momento de hacernos nuevas preguntas. ¿Y si la IA nos ayudara a adaptar la enseñanza en tiempo real a las necesidades de cada alumno? ¿Y si el aula no fuera un espacio cerrado, sino una comunidad global, activa y colaborativa? ¿Y si el profesor dejara de ser un mero transmisor de contenidos para convertirse en diseñador de experiencias, en guía de aprendizaje, en constructor de competencias?
Estas preguntas abren la puerta a una forma diferente de enseñar y aprender, donde el aprendizaje basado en proyectos, la evaluación continua o la atención real a la diversidad no son la excepción, sino la norma. Donde la autonomía del alumnado no sea un objetivo a largo plazo, sino parte del día a día.
Es el momento de experimentar, de equivocarse, de ajustar, de aprender. Solo así construiremos el conocimiento pedagógico y la visión necesaria para afrontar, sin miedo, la transformación que nos exige el siglo XXI. Al final, la gran pregunta sigue en el aire: ¿qué cosas que hoy parecen imposibles estarán a nuestro alcance si tenemos el valor de cambiar?
La tecnología salva idiomas
Los lenguajes. La UNESCO alerta que una lengua desaparece cada dos semanas. La tecnología ayuda a salvarlas con repositorios como el Atlas de Lenguas en Peligro, grabaciones audiovisuales y cursos en línea. Proyectos como Kimeltuwe en Chile usan redes sociales para revitalizar el mapudungun.
Un nuevo forma de trabajar y cobrar
Hablamos de economía digital. El trueque digital está de vuelta gracias a la tecnología, permitiendo intercambiar habilidades en vez de dinero. Plataformas como SkillSwap usan IA y blockchain para conectar a personas que ofrecen clases, diseño o asesorías... Los bancos de tiempo valoran una hora de yoga igual que reparar una bici.
Juega gratis en verano
Son videojuegos. DogWalk, un juego gratuito que te roba sonrisas. Desarrollado por Blender Studio, controlas a Chocomel, un perro juguetón, mientras ayudas a Pinda a hacer un muñeco de nieve en un bosque nevado. Sin complicaciones ni fallos, solo diversión en mens de 15 minutos. Disponible en Steam.