UN único tropiezo en una serie de siete partidos no emborrona la línea que viene describiendo el equipo. Molesta porque interrumpe una inercia positiva y, sobre todo, porque la posibilidad de prolongarla existió. Si el Athletic hubiese ganado o puntuado en Montilivi, hoy todo serían alabanzas. La lectura de lo acontecido en las últimas tres semanas resaltaría su nivel competitivo, la forma en que ha despejado las dudas que, razonablemente, suscitaba encarar un calendario realmente duro.

Si se exceptúa la visita a Roma, podría afirmarse que en el resto de los compromisos opositó a la victoria. No pasó del empate contra el Sevilla, en un día lastrado por la expulsión del portero y un gol de rebote recibido en el añadido. Y si cayó frente al Girona fue, básicamente, a causa de sus graves errores, pues malgastó las oportunidades más claras para haber tomar la delantera, en el primer tiempo y en el segundo.

Poco queda por añadir en torno a los tres penaltis. No obstante, se han escuchado análisis orientados a restar trascendencia al espectacular registro negativo fijado en los lanzamientos desde los once metros. Un afán ridículo por desviar la atención de la horrorosa ejecución de las penas máximas que, cronológicamente, corrió a cargo de Berenguer, Iñaki Williams y Herrera, han sido de todo tipo.

De entrada, resaltar la heroicidad de Gazzaniga suena improcedente. Este se limitó a agradecer tres pifias de dimensiones superlativas. Si hay que escoger a un portero por su actuación, ese se llama Padilla. El argentino, al margen de los penaltitos, apenas tuvo que esforzarse en dos acciones de manual, mientras que el portero del Athletic realizó hasta cuatro intervenciones de enorme dificultad. Este dato, por sí solo, ayuda a comprender lo que verdaderamente dio de sí el partido.

En total, Girona y Athletic se repartieron de forma bastante equitativa no menos de unas 24 situaciones de peligro. La particularidad de dicho balance radica en que a Gazzaniga le facilitaron mucho su labor, sencillamente porque la inmensa mayoría de las veces que le rondó la pelota, esta acabó fuera de los tres palos impulsada por los rematadores rojiblancos. Si a lo dicho se suma el asunto de los penaltis… Padilla, en cambio, apechugó con muchísimo trabajo, sacó cuatro goles cantados, Stuani no perdonó en su penalti, que llegó a adivinar, y los defensas abortaron tres acciones imposibles de atajar para el joven meta del Athletic.

Hasta aquí, algunos argumentos de peso para relativizar el quehacer del Athletic en Montilivi. Desde luego, que cabe otorgarle los mayores méritos antes del descanso. Funcionó como bloque, al principio para anular la iniciativa del rival, y luego para generar fútbol y traducirlo en peligro. Contó además con las aportaciones estelares Sancet y Berenguer, que con su chispa establecieron las diferencias. Descontado el penalti que tiró el extremo, claro.

Pero el pulso abarca 90 minutos y diez más que concedió el árbitro. En la segunda mitad, el Girona sumó diez ataques profundos, por tres del Athletic. Un desequilibrio que, mira por dónde, tomó cuerpo a raíz del incalificable episodio protagonizado por Williams y Herrera. De modo que hablar de desgracia no deja de ser una fórmula facilona para blanquear aquello que ciertamente produjo un perjuicio evidente en las filas propias y supuso un impulso anímico definitivo en las del contrario. Fue la clave que condicionó el tramo final, donde el Girona fue superior y amarró el triunfo.

No pasa nada por reconocer que la responsabilidad del resultado tiene dueños cuando los hechos son elocuentes y están ahí para ser revisados. El Athletic hizo mucho para ganar, pero también para perder. Y sus equivocaciones no fueron de recibo. Por lo demás, hasta la fecha, la cosa va bastante bien.