La victoria sobre el Leganés sugiere un par de reflexiones. La primera: ya nadie cuestiona que la amplitud de la plantilla constituye un factor clave, pero durante mucho tiempo el Athletic ha estado funcionando apoyado en un reducido grupo de jugadores, el formado por los titulares indiscutibles. La segunda: existe una relación directa entre el índice de puntería y el destino, resignación o gloria, pero hasta hace no tanto el gol era un bien escaso porque la producción ofensiva, incluso en los días en que era elevada, carecía de finura, acierto o inspiración. Ambos aspectos explicarían las seis clasificaciones consecutivas en liga sin oler plaza europea.

Ahora nadie se acordará de los continuos lamentos que se escuchaban de boca del entrenador o los propios futbolistas tras aquellos partidos en que el equipo metía veinte o más balones en el área rival para no sacar nada en limpio, o mucho menos de lo que creía merecer. La impericia en los metros finales era un lastre que, especialmente, pasaba factura en San Mamés, aunque también asomaba a domicilio. Una tónica, agravada por el desperdicio del balón parado, que se mantuvo invariable durante muchos años, los que siguieron al declive y posterior despedida de Aduriz, el talismán de la primera mitad de la década anterior.

La puntería experimentó una notable evolución el pasado curso, donde ni siquiera era necesario generar un montón de llegadas para engordar el casillero. Mejoró el fútbol rojiblanco y ello favoreció que surgiesen una serie de aportaciones individuales que se traducían en goles. O quizás el proceso fuese en el orden inverso: determinados futbolistas dotaron de recursos sólidos al quehacer colectivo, multiplicando así el número de victorias. Qué más da.

Este año la cosa empieza a parecerse. Costó antes del parón de selecciones, pero en dos jornadas, el Athletic ha hecho cinco goles y el hecho de que sus víctimas, Las Palmas y Getafe, se equiparasen en el capítulo rematador, en cantidad y calidad, no supuso un obstáculo para que el desenlace fuese favorable. La calidad y el hábito fueron determinantes. El Athletic fabricará más o menos en ataque, pero no necesita grandes exhibiciones ofensivas para llevarse los puntos. Una realidad que, sobre todo, se manifiesta a costa de rivales de mitad de la tabla hacia abajo.

En cuanto a la utilización de la plantilla, a nadie se le escapa que a la fuerza ahorcan. Valverde no modificó el criterio de reparto de minutos en el arranque de su tercera etapa en el banquillo rojiblanco. Al igual que sus antecesores en el cargo apuró al máximo a fin de afrontar el grueso de los compromisos con un bloque tan reconocible como reducido. En la 2022-23, una decena de jugadores dobló, triplicó o cuadriplicó en minutos a los otros quince que completaban la nómina. Una línea de gestión que se reveló fallida y atenuó en el curso siguiente, si bien hasta once elementos terminaron por debajo del millar de minutos, algunos muy lejos.

Desde agosto, en las dos primeras ocasiones en que el equipo ha tenido que jugar entre semana, la alineación presentó seis novedades, y no, no se trataba de esas típicas rondas coperas frente a rivales semiprofesionales. El discurso del técnico también ha evolucionado: somos una única unidad, un solo equipo. Y pese a que a estas alturas se perciban altibajos en las aportaciones, según avanzan las semanas se tenderá a una equiparación en la respuesta de todos los que participen en las rotaciones. El éxito del Athletic dependerá de que así sea.