EL equipo sigue esparciendo la fragancia del éxito. Su nivel de competitividad transforma el sudor que empapa las camisetas en el aroma más agradable. La semana pasada ofreció dos actuaciones que, pese a su relevancia material y anímica, no pueden considerarse extraordinarias. No cuando se enfila el último tercio del calendario. El acceso a la final de Copa a costa del Atlético de Madrid o el empate contra el Barcelona serían otro par de eslabones a agregar a una cadena cuya extensión está aún por definir.

Dado que a la semifinal se le dedicó un generoso tratamiento, merece fijar la atención en lo del domingo. El temor a un revés, razonable y hasta justificado a partir del desgaste invertido el jueves y la entidad del rival, se disparó en cuanto salió a la luz la alineación de Valverde. A nadie pilló desprevenido que hubiese cambios, pero siete eran muchos y, además, varios de ellos entrañaban un riesgo evidente. El empleo de gente fresca es una cosa; otra bien diferente recurrir a jugadores que llevan meses al margen de la dinámica del grupo. Fueron tres: Imanol García de Albeniz, Dani García y Mikel Vesga.

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El Athletic-Barcelona, en imágenes Oskar González | Efe

Al lado de esta cuestión concreta, el hecho de que Prados, que sí está enchufado a la competición, fuese ubicado en un lateral, resultaba casi anecdótico. Eso sí, de la decisión del técnico se deduce que, aparte de destacar como centrocampista prácticamente en la totalidad de sus intervenciones, hablamos de una joya. Un comodín de lujo, y también una sorpresa. Un descubrimiento tardío diríamos, pues fue alistado para la causa en diciembre y debido a la indisponibilidad de varios de los que le antecedían en el escalafón. Aunque disputó completo el cruce copero, Valverde le prefirió para recibir a los culés, dejando a De Marcos y Lekue en la recámara.

Pero lo más increíble en el plano individual corrió a cargo de Dani García. No jugaba un partido entero desde septiembre y se había tirado dos meses y medio en la enfermería. Cayó lesionado a principios de noviembre y reapareció en una convocatoria a finales de enero. Pero su rodaje se había limitado, un mes más tarde, a dos medias horas ante Betis y Atlético. Y en esas condiciones va y se erige en el eje de la estructura, teniendo a su lado a un Vesga fuera de forma, lo que en enero y febrero le ha supuesto pasar más tiempo en el banquillo que en el campo.

A lo comentado, se añadiría el singular caso que representa Imanol, ejemplo paradigmático de futbolista residual. No obstante, el chaval cumplió, vaya que sí. Con estos ingredientes y sin olvidar que muchos de los no nombrados que se repartieron las demás demarcaciones, lo hicieron con las piernas cargadas por acumulación de esfuerzos, el Athletic desfiguró a todo un Barcelona, lastrado por las bajas sobre la marcha de De Jong y Pedri, pero Barcelona, al fin y al cabo.

¿Qué quiere decir esto? Pues que la dinámica arraigada en el equipo arrastra al colectivo hacia cotas de rendimiento impensables. Los problemas habituales que inevitablemente van surgiendo y afloran con mayor crudeza según avanzan las fechas, son asimilables, su efecto queda atenuado. Lo que en el pasado condicionaba fatalmente la marcha del Athletic, ahora parece ejercer el influjo opuesto: espolea a los protagonistas, reactiva su potencial.

Llegará el momento de hacer balance, será dentro de tres meses escasos, pero el comportamiento del domingo emerge como garantía de que esta vez el equipo redondeará el año. Claro que ha habido tardes más brillantes, pero en concreto esta reflejaría con exactitud la transformación experimentada. Es el exponente perfecto de en qué se ha convertido el Athletic.