Con el recuerdo aún caliente del formidable espectáculo vivido hace mes y medio en este escenario, pleno de emociones fuertes, fútbol de categoría y goles, hasta seis, el cartel de anoche prometía mucho. Y no defraudó, al menos no desde la perspectiva del Athletic. Pese a que el marcador no se movió, a que en cien minutos hubo una sola acción de auténtico peligro, porque ambos conjuntos dieron prioridad a eludir concesiones y se volcaron en un enorme despliegue físico, lo cual redujo a detalles sueltos y sin incidencia el apartado de jugadas de mérito en ataque, el partido mereció la pena. Con los condicionantes apuntados, puede sonar incongruente, pero por lo que compete a los rojiblancos, tanto el rendimiento como el marcador se han de catalogar de positivos.

La lectura del Barcelona diferirá, debe hacerlo puesto que prácticamente de principio a fin fue incapaz de actuar conforme a su personalidad. No se lo permitió un Athletic que volvió a exhibir nervio en cantidades industriales, valentía para ganar metros y le buscó las cosquillas con una fe inquebrantable, además de cerrarle todas las vías para progresar. Podrá alegar el cuadro catalán que perdió por lesión a De Jong y Pedri antes del descanso, dos elementos diferenciales en la creación, pero no cabe obviar que el Athletic formó con una alineación de circunstancias, plagada de gente no habitual y, sin embargo, plasmó la propuesta que había preparado e impidió que el Barcelona saltase a la segunda posición de la tabla.

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Valverde revolucionó el once de salida con la presencia de siete novedades respecto al jueves. Algo de esto cabía presumir, quizá no tan radical por la identidad de los escogidos para los laterales y la línea de medios. Había incluso un aspecto llamativo que conectaba ambas cuestiones, pues estando en la lista De Marcos y Lekue, desplazó a Prados de su posición natural y apostó por un centro del campo huérfano de rodaje frente a un rival con un enorme potencial precisamente en esa zona. 

Los múltiples retoques se dejaron sentir un ratito, algo normal, pero si a alguien dejó satisfecho el desarrollo del primer tiempo, ese fue el Athletic. Más que nada porque salió vencedor de la batalla que planteó por todo el terreno. Dispuesto a explotar su potencial físico y su peculiar modo de disputar y presionar, siempre hacia adelante, no cejó en un empeño del que se valió para reducir a muy poca cosa el juego de su adversario.

La incomodidad del equipo de Xavi fue manifiesta, incapaz de dotar de continuidad a sus posesiones, obligado con excesiva frecuencia a recurrir a balones largos para salvar las líneas locales y conectar con sus delanteros, su balance con balón fue pobre, vulgar. Se asistió a una versión muy alejada de lo que se espera de un Barcelona acostumbrado a triunfar de viaje, que sencillamente tuvo que amoldarse a lo que propuso el Athletic y no sacó nada en limpio. 

La consigna de Valverde a sus hombres saltaba a la vista: morder, ir siempre a buscar al rival, coordinados y generosos, y proyectarse a la mínima hacia el área de Ter Stegen. Cumplieron a rajatabla, con ímpetu y perseverancia, si bien en el capítulo ofensivo apenas hubo impacto. Más allá de lograr que durante muchos minutos la pelota estuviese en terreno ajeno, muy lejos de Unai Simón, faltó claridad, precisión y, seguramente, atrevimiento para asumir el más mínimo riesgo. Algo razonable esto último: enfrente estaba quien estaba y no era cuestión de medir mal.

Como consecuencia de lo expuesto, se contabilizó un solo intento de remate contra el portero alemán. Corrió a cargo de Berenguer, pero desde lejos y sin peligro. En realidad, la única situación comprometida, que pudo tener reflejo en el marcador, nació de un servicio profundo de Gundogan hacia Fermín, quien tocó sin poder eludir la salida del área de Simón. El rechace fue a parar a pies de Cancelo, quien desde más de treinta metros chutó de empeine, según venía, con sumo gusto y perfectamente dirigido, tanto que, tras un ligero palmeo de un Simón que reculaba, Yeray consiguió evitar el 0-1 en postura forzadísima y sobre la misma línea.

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En el segundo acto, el panorama adquirió un tono más favorable todavía para los intereses del Athletic. Había inoculado el temor al Barcelona y merodeó con bastante asiduidad su área. Tampoco estuvo cerca del gol, pero condenó al equipo de Xavi a renunciar por completo a la victoria. Siguió sometiéndolo a un gran desgaste, le metió en un tremendo atasco con la pelota, sin opción alguna de avanzar, limitándose a reiterar pases de seguridad a 70 metros de Simón.

Los lances de peligro brillaron por su ausencia, si se descuenta una serie de centros colgados al área de Ter Stegen que nunca hallaron destinatario. El Athletic aguantó el reto, no desfalleció nunca, dio igual los nombres de los protagonistas, todos respondieron, se reivindicaron, no debería citarse a nadie en concreto, cualquier fue un exponente perfecto de lo que es este equipo a día de hoy. Al contrario que los azulgranas, intimidados, impotentes para sacar a relucir el nivel que se les presupone, sufriendo como pocas veces les habrá ocurrido. De modo, que la suma de un punto en un encuentro sin goles y sin oportunidades, deja un regusto muy agradable. Ganar es lo ideal, lo que todo el mundo quiere, pero empatar ante un conjunto de Champions en un contexto tan delicado y asegurarse la complicidad de la grada, se parece bastante a una victoria.