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Rojo sobre blanco

Lo que no es asumible

Lo que no es asumibleEFE | Athletic Club

EL partido de la semana pasada dio pie a centrar el análisis en la gestión de la plantilla. El Athletic y el actual Sevilla, el de Mendilibar, representarían dos concepciones diferentes a la hora de distribuir minutos entre los jugadores, de salida y en las segundas partes. El lunes, Valverde removió la alineación con cinco variaciones, una obligada por la suspensión de Sancet. La exigencia del calendario aconsejaba refrescar el equipo, más allá de que el cambio de portero se prestase a una lectura de otro tipo. El propio técnico no hizo sino alimentar el escepticismo al insistir en que tenía prevista la suplencia de Simón antes de jugar contra el Sevilla, porque “también los porteros rotan” cuando hay partido cada cuatro días.

El once de circunstancias que saltó a Son Moix no carburó como sería deseable. Claro que después de visto, todo el mundo es listo, pero de antemano cabía suponer que las pegas que pondría el rival, abonado a un plan solo apto para las tragaderas de la afición isleña, feliz con evitar los agobios clasificatorios de años previos, reclamarían un tipo de juego concreto.

Frente a un bloque que no se sonroja cuando en casa, desde el pitido inicial, consume la mitad del partido embotellado en su área, dándose por satisfecho con el 0-0, lo normal es que el visitante amase posesión, esté tan pancho en defensa e intente explorar vías de penetración para así darle sentido a su actuación. No se olvide que el Athletic viajó para buscar tres puntos que le ubicasen de una maldita vez en la sexta plaza.

La impotencia que demostró el Athletic en ataque fue patente. Un solo remate antes del descanso, a balón parado. No fue capaz de generar nada más parecido a una acción de peligro con un balón que cualquiera diría que trajo de Bilbao porque lo manejó en exclusiva. Con una banda chata por la presencia de un central ejerciendo de lateral; un ariete que vale para muchas cosas, pero no precisamente para pegarse con los centrales, que eran tres, no dos; un enganche que, luego se comprobó, es el idóneo para moverse en el área, no para agilizar las transiciones; y un centro del campo que, exento de presión, se limitó a simular que organizaba la ofensiva y se dedicó a ralentizar las maniobras hasta convertir la iniciativa en un simulacro, pues ocurrió lo que tenía que ocurrir. Que fueron 45 minutos echados a la basura.

Lo descrito hasta aquí puede que explique las enormes dificultades que tuvo el Athletic para cobrar ventaja, que sería el objetivo establecido. Con este panorama, pretender ganar constituía una utopía, pero bueno, aún quedaba la mitad del tiempo para ajustar aspectos, para forzar las posibilidades de victoria de algún modo, con otros jugadores y acaso algún retoque posicional. Si el rival ni amaga con cruzar la línea divisoria, es posible que sobren defensas específicos o haya que cargar la mano en la delantera. De lo contrario, inevitablemente la cita concluirá como empezó, sin goles.

Las elucubraciones saltaron por los aires en el arranque del segundo período. Copete, en un despeje temerario estuvo en un tris de abrir el marcador. El lance merece ser destacado como la gran oportunidad del Athletic en la isla. Fue un espejismo. En los siguientes minutos, el Mallorca lanzó tres andanadas que dejaron al Athletic temblando. En seis minutos fabricó, con la inestimable colaboración del oponente, suficientes aproximaciones para liquidar la contienda. Y esto sí que no tiene justificación posible.

No saber cómo abrir una defensa cerrada puede tener un pase, pero conceder tres remates de gol a un equipo tan roñoso como el que dirige Javier Aguirre es imperdonable. La ausencia de tensión que precipitó errores individuales y colectivos, con los defensas reculando, al garete, y la pareja de medios desaparecida de escena, no es de recibo y perfectamente pudo costar la derrota. Que un penalti en el último suspiro apañase el resultado no debería servir de consuelo, aunque se apele al penalti del Sevilla para sentirse mejor.