Sorpresa y alegría, fueron las sensaciones que prevalecieron, las más extendidas, este viernes por la mañana, nada más conocerse que Nico Williams no se mueve. La primera porque todos los indicios, los pocos hechos contrastables, así como las posturas adoptadas y expuestas por el Athletic y por el Barcelona en las últimas semanas, en absoluto auguraban este desenlace. Tampoco el silencio del futbolista, que sugería sencillamente que se mantenía a la espera de que la operación cristalizase en breve, cualquier día de estos, contribuía a pensar en un final como el que se ha producido.
Lo de la alegría cae por su propio peso, al fin y al cabo, todo pintaba en contra de los intereses del Athletic, que se hallaba a expensas de la voluntad de Nico Williams, quien a través de su agente, Félix Tainta, habría trasladado a Ibaigane que esta vez, definitivamente el extremo haría las maletas para cambiar San Mamés por el Camp Nou. Un aviso que llegó precedido del acuerdo alcanzado el 13 de junio por Tainta y Deco, director deportivo azulgrana, sobre el contrato, su duración y las cantidades a percibir. Dicha iniciativa trajo consigo una reacción inmediata por parte de la directiva presidida por Jon Uriarte, que se embarcó en una empresa más mediática que práctica al asegurar que había solicitado a LaLiga un férreo control de las finanzas del Barcelona. Este paso solo tenía sentido a partir de la convicción de que Nico Williams se iba.
El Athletic se quedaba sin uno de sus estandartes, sin la pieza de mayor proyección, además por una cantidad de dinero que no se correspondería con el valor objetivo del jugador en el mercado. Ahora, firmada la prolongación del vínculo, el Athletic respira, al menos en el corto plazo. Conserva un jugador diferencial y con el incremento de la cláusula se garantiza un beneficio superior en la hipótesis de una futura marcha. También debe invertir una cantidad considerable en la ficha pactada con Nico Williams, que probablemente establece un trato muy diferenciado en el vestuario, donde hay otros hombres con cartel en el ámbito internacional.
Amenaza
Pero se trataba de salvar la amenaza que suponía el tentador atractivo de un gran tiburón como el Barcelona, logro que el club se ha apresurado a resaltar como un hito, un éxito, un paradigma de fidelidad a la entidad y de identificación con el proyecto deportivo. Vale, después de visto, queda muy bonito apelar al orgullo, la singularidad y demás aspectos, pero hasta unas pocas horas antes nadie daba un euro por la continuidad de un Nico Williams que de diversas maneras, no únicamente con su mutismo, se ha tirado más de un año flirteando con un club que no se llama Athletic.
Lo del “corazón” suena precioso, pero se diría que durante muchos meses no le bombeaba sangre (rojiblanca). Ha dispuesto de tiempo y oportunidades de sobra para decirnos de sopetón que está donde quiere estar, en “mi casa”, mientras la afición asistía pendiente y resignada. Enojada, defraudada por un comportamiento del que solo cabía realizar una lectura, justo la opuesta a la que ahora se pretende reivindicar.
Edulcoraciones al margen, aún falta por desentrañar cuáles son los motivos reales que han gestado el bombazo. Si todo obedece a que el Barcelona, que ha vuelto a quedar con el culo al aire, no ha sido capaz de asegurar al jugador aquello que estimaba imprescindible para compartir coreografrías semanales con su amiguito Yamal. Si le han entrado las prisas por temor a que los plazos de la operación no encajasen con sus intereses; esto es, le permitiesen eludir a su hermano Iñaki el marrón que iba a comerse en la presentación de la pretemporada o él mismo una semana después, cuando le tocaba acudir a Lezama. O si el volantazo responde al vértigo que implica el abandono del hogar.
Sea como fuere, Nico Williams nunca ha dejado de tener la sartén por el mango y al son que ha marcado hemos bailado todos, empezando por el Athletic y el Barcelona, siguiendo por cuantos andamos por la calle. De hecho, hoy sigue empuñando la sartén.