LOS cinco meses transcurridos desde las elecciones son el plazo que se ha permitido consumir la directiva del Athletic para definir la identidad de la “piedra angular” de su proyecto deportivo. Según se deduce de las explicaciones de Jon Uriarte, el cupo de precipitación en asunto tan vital para la entidad quedó agotado con la polémica elección para el cargo que anunció en campaña, de modo que estima justificada la larga espera ahora culminada con el nombramiento de Mikel González.

El nuevo máximo responsable del área deportiva, a quien en adelante corresponderá tomar las decisiones de calado, se supone que relevando al comité de siete personas creado a tal efecto, entre las que él mismo figuraba, se mostró bastante escueto a la hora de exponer sus prioridades. Al margen de “soñar con lograr cosas importantes”, objetivo tan etéreo como fácil de suscribir, González subrayó su voluntad de “retener el talento”, para lo cual afirmó que llevan tiempo trabajando. Seguro que es así, la cuestión sería cómo se está realizando el trabajo. Su presentación en sociedad aportó algunas pistas interesantes al respecto. Por ejemplo, que los ritmos con que se afrontan los temas más delicados y urgentes no se diferencian en exceso de los que han desembocado en su propio salto a la cúspide del organigrama deportivo. Pero hay más.

Estaba cantado, porque existe una lógica inquietud nacida de la ausencia de noticias, que el nombre de Iñigo Martínez saldría a la palestra. Una de cada tres preguntas dirigidas al presidente y al flamante Director General de Fútbol (¿de qué otra disciplina podría serlo?) versó sobre el futuro del defensa central. Y pese a la reiterada manifestación de ambos de que, por supuesto, desean que siga aquí, Uriarte se escudó en que este tipo de gestiones se acometen a nivel interno para no ofrecer información alguna en torno al punto en que se halla el asunto. González añadió que el futbolista y su entorno “saben perfectamente que el Athletic cuenta con él”.

Bien, el discurso oficial tendría un pase si a estas alturas, a un mes de que Iñigo quede liberado para negociar con otros equipos, alguien autorizado hubiese promovido un contacto y pulsado al jugador, si le hubiese planteado una proposición concreta para la renovación de su contrato. En fin, si de verdad se hubiese dado el primer paso para intentar retener el “talento” más acreditado de la plantilla, lo expuesto por Uriarte y González sería sostenible. El problema es que nada de esto ha tenido lugar. Iñigo no sabe si de verdad el Athletic le quiere, aunque la total ausencia de siquiera un mínimo gesto de los responsables del club en este sentido, a 29 de noviembre, lo único que transmite es que no.

Es posible que la clave de este sorprendente ejercicio de incomunicación descanse en la siguiente frase del presidente: “Quiero que los mejores jugadores vascos estén en el Athletic, siempre que el club pueda soportar las condiciones que demandan”. O sea que, antes siquiera de establecer un diálogo, Uriarte deja caer que Iñigo pretende cobrar una ficha que sobrepasa los límites que la directiva maneja. Un mensaje que, sin mediar contraste previo con el futbolista, resulta de lo más significativo.

Resulta evidente que el dinero preocupa a los dirigentes. Ayer, al desgranar las bondades de González, Uriarte citó “el aspecto económico”. Sugería que sale barato si se repara en los ingresos de un director general en el fútbol de élite. Vale, pero González no va a saltar al campo y este negocio va de futbolistas. Si el más brillante en el último lustro no merece siquiera recibir una llamada, ¿cuál es entonces la función de quien lleva las riendas del club? ¿Estaban aguardando a que Mikel González tomase posesión del cargo que permanecía vacante para cumplir con su obligación? Van retrasados.