CAMBIAN las situaciones; sigue la vida. Se cumple un mes de la rueda de prensa convocada por Rafa Alkorta, Andoni Ayarza y Andoni Bombín, entonces los máximos responsables del funcionamiento de Lezama. Quisieron que se supiera cuáles eran los resultados de su trabajo durante los tres años y medio anteriores. Aquella exposición no era solamente un acto de reivindicación personal, servía asimismo para escenificar una despedida. La suya. Eran conscientes de que el inminente relevo que iba a producirse en Ibaigane les pasaría por encima como una ola. Cada vez que un mandato toca a su fin sucede lo mismo: arranca un turno con caras nuevas en el organigrama técnico del Athletic. Así que, pese al esfuerzo didáctico que invirtieron para que sus explicaciones fuesen asequibles y resaltase la valía de su labor, los tres sabían muy bien que estaban predicando en el desierto. Que su afán comunicador era inútil, que tal vez sería apreciado, pero en ningún caso por quienes ya en esas fechas tenían en mente imponerse en la carrera hacia las urnas que concluiría veinte días después.

Hace unas horas, en una emisora de radio estatal, Alkorta ha vuelto a hablar. Cuenta en formato de entrevista cómo le va la vida, ahora que está exento de obligaciones profesionales, y sobre todo repasa su reciente experiencia en el Athletic. Sintetizar en una intervención el diálogo es peligroso, puede que no le haga justicia al protagonista y a su mensaje, pero si hay que quedarse con una frase sería la siguiente: “De todo lo que he hecho desde que me retiré en el mundo del fútbol lo más ingrato es ser director deportivo. Si el primer equipo no gana o no entra en Europa, me ha sorprendido que recibes poca vaselina y mucha mala baba por parte de algunos, pareces el culpable de todo en Bilbao y te lo dicen de forma muy brusca. Ha sido un trabajo muy bonito, pero poco agradecido”.

Rafa Alkorta, durante una comparecencia en rueda de prensa como director deportivo del Athletic. Oskar M. Bernal

Entre los diversos temas que aborda, esta confesión merece ser destacada por lo que encierra y por la sinceridad que rezuma. Admite sin rodeos que se ha sentido maltratado y en ocasiones por razones que escapaban a su competencia. Es posible que una muestra de esa ingratitud que menciona sea que su nombre no figurase en el turno de agradecimientos que consumió el capitán del primer equipo en la inauguración de la temporada. En su alocución y antes de dar la bienvenida a Jon Uriarte y Ernesto Valverde, Muniain tuvo a bien acordarse de Aitor Elizegi y Marcelino García Toral. Cabe que omitiese voluntariamente una alusión expresa a Alkorta porque no podía haber nombrado a su relevo, dado que todavía no ha llegado la persona en torno a la que ha de pivotar el área deportiva del club. Sí, el protocolo hubiese quedado un tanto raro, cojo.

Volviendo a las declaraciones de Alkorta, se ha de alabar su talante. Aparte de lo ya apuntado sobre las críticas desmedidas, únicamente se mete con los representantes de futbolistas; con algunos, según matiza, en absoluto con el gremio al completo. Se despacha a gusto sobre dicha cuestión, pero por lo demás dedica buenas palabras a Valverde, alaba su sapiencia, le desea toda la suerte al presidente electo y asegura comprender perfectamente que le relevase del cargo para poner a quien estime conveniente al frente de Lezama.

Eso sí, no puede disimular su añoranza de la tarea que, de haber continuado en el cargo, estaría desarrollando en esta fase tan delicada del ejercicio futbolístico, “los días de más locura de cada temporada”, tiempo de concretar bajas y altas, ordenar plantillas y banquillos, resolver contratos, etc. Preguntado por la ausencia de su sustituto precisamente en plano tránsito de un curso a otro, Alkorta responde así: “Creo que Valverde conoce muy bien la plantilla y con la ayuda de Jon Berasategi, a la espera de que llegue el director deportivo que traigan, seguro que tomarán las mejores decisiones para el club”. Sin duda, todo un detalle de elegancia por parte de Alkorta, una especie de broche que viene a redimirle de los deslices en que incurrió cuando estuvo al mando. Casi siempre nacidos de su particular forma de ser, de una personalidad que refresca en la memoria su planta de jugador.