Ídolos sin dorsal
La televisión bucea en sus archivos para rescatar gestas, eventos grabados en la memoria colectiva, documentales, en un vano intento por alimentar la caldera de los sentimientos, la adrenalina, las pasiones. Con suerte, esos vídeos logran entretener, permiten desconectar por un rato de la realidad que nos ha venido impuesta, consiguen en definitiva el mismo efecto que una película o una serie. Los sucedáneos fracasan porque ningún relato enlatado engancha como el seguimiento de las andanzas del equipo de cada cual; nada puede sustituir a la identificación con unas camisetas sudorosas que ahora permanecen limpias y dobladas en las dependencias del utillero.
Las entrevistas virtuales que voluntariosamente remite el club apenas llaman nuestra atención. El jugador de turno se esfuerza en transmitirnos que permanece activo, animoso, nos relata someramente la vertiente laboral y también humana de su rutina diaria, que como tal posee un recorrido breve y aporta poco; trata incluso de reavivar la interrumpida expectativa de la final de Copa, esa fecha sin fecha; y añade a su intervención los buenos deseos, sinceros mensajes de solidaridad que en el trance generado por el aislamiento suenan distantes. El futbolista vestido con zapatillas de casa, desprovisto de su hábitat natural que es el césped, se convierte en una anécdota intrascendente en el abrumador contexto que se ha acordado en denominar crisis sanitaria pese a su evidente naturaleza política ("arte referente al gobierno de los Estados", según el diccionario).
Señalar que en este intento por estrechar lazos con la afición, el futbolista corre el riesgo de situarse en fuera de juego no es faltar a la verdad; y mucho menos faltarle a él. En semejante coyuntura dudo que la de comunicador sea una tarea apropiada para él y que la ejerza por iniciativa propia. Aquel que sí lo hace merece otra consideración, al menos por mi parte. De entrada, nunca he atendido los contenidos que el profesional del pelotón vuelca en la red, especialmente aquellos de índole personal. Acaso sea por una cuestión de principios y es que me descoloca esa traición a su intimidad, esfera que suele reivindicar a su conveniencia. Son jóvenes y es lo que se lleva, justificará alguien. Pues vale, pero también es legítimo opinar al respecto.
El fútbol y el futbolista, referentes punteros en nuestra escala de valores cotidiana, se han visto desplazados de su privilegiada atalaya. Al corte del suministro que de martes a domingo nos servía religiosamente la imprescindible dosis de partidos, se ha sumado el encierro domiciliario y el colosal bombardeo de información que nos coloca ante el espejo de la fragilidad en que vivíamos sin saberlo. Nuestro pequeño mundo, lo mismo que el global, está patas arriba. Así, hasta el aplauso ha cambiado de destinatario. Sin el reclamo del gol, el atardecer se entrega emocionado a los portadores de bata (verde, azul, blanca, rosa) y mascarilla. Los ídolos nuestros del momento carecen de nombre y dorsal. Ídolos que nunca dejaron de estar en sus puestos, preparados para responder ante cualquier contingencia.
La desgracia colectiva funciona como un despertador de conciencias: vemos por nosotros mismos que los ídolos auténticos realmente lo son por su condición de imprescindibles, aunque en apariencia no lo fueran y el sistema haya insistido en menguar su prestigio social. Que no se olvide cuando recuperemos la "normalidad".