Apelar al cambio parecería la actitud generalizada de sociedades que afrontan los innumerables desafíos que se vislumbran en el horizonte. Según expresiones mayoritarias en los diferentes procesos electorales que estamos viviendo a lo largo del mundo, parecería dominar la motivación transformadora e innovadora de nuevos caminos por recorrer y se supone determina la voluntad y deseo de hacer las cosas de otra manera, en cualquier otro lugar y con otros compañeros de viaje.
Sin embargo, la realidad no es otra que una creciente y extraordinaria aversión al cambio, en especial, si quien ha de comprometerse a hacerlo somos nosotros mismos. Esperamos, como en tantos otros casos, un cambio de los demás, en lo que hacen, en cómo y por qué lo hacen y, sobre todo, en que lo hagan de modo que nuestras vidas vayan a mejor con el menor esfuerzo y compromiso por nuestra parte. La deseable bandera del bien común, necesitado de auténtico cambio, parece más una exclamación retórica con buenas intenciones que una apuesta firme por afrontar transformaciones innovadoras imprescindibles.
Uno de los temas/conceptos que mayor exigencia de cambio observamos, no ya en un escenario alejado en el tiempo, sino entre nosotros, es el trabajo-empleo. No será necesario recurrir a múltiples explicaciones para llevar al ánimo de la gente su importancia y la constatación de que, efectivamente, “el trabajo ya no es lo que era” y, peor aún, “no será lo que entendimos o soñamos que sería, en algún momento de nuestras vidas”. Más allá de la asunción bíblica de su significado cara al sentido y dignificación existencial, acompañada de “ganarse la vida” y proveer los bienes y servicios necesarios para un determinado tipo o nivel de vida, el trabajo está en pleno debate respecto de su presente y futuro. Sin duda, el discurso general al referirse al “trabajo del futuro” se vincula con su carácter de empleabilidad y, bajo este primer prisma aproximativo, nos introduce en sus múltiples caras: las nuevas tecnologías y su impacto en la sustitución o no del “factor humano”, su impacto en la reconfiguración del espacio del trabajo (tanto en su localización o deslocalización geográfica, como en el marco inmediato del local o puesto físico en el que lo desempeñamos), la inevitable recualificación permanente y movilidad exigibles a todo trabajador (sea del nivel que sea) y los nuevos recorridos y trayectos (antes promociones y carreras profesionales) del trabajo cambiante y los imprescindibles cambios de perfiles requeridos no solo por la inevitable y deseable digitalización ordenada de una economía inclusiva demandante de innovación laboral con nuevos puestos, roles y desempeño ante redefiniciones del trabajo y las condiciones de su ejercicio. El concepto trabajo más allá de su interacción con el salario, ingresos o generación de riqueza-ahorro-capacidad de gasto y vida, en su relación con la creciente demanda de conciliación familiar-personal o de ocio, de una retadora redefinición de un catálogo renovado de las prestaciones y servicios del estado de bienestar base de un crecimiento inclusivo garantizado por el “Estado” y “por los demás”. Todo un cambio que, buscado o no, nos impacta e impactará con enorme intensidad. De una u otra forma, este tipo de cambio es el que nos espera. Cuándo lo pedimos y pretendemos dirigirlo con sentido positivo, ¿somos conscientes del cambio personal y colectivo que hemos de emprender, o solamente exigimos que cambien ellos (todos los demás)?
Todo un verdadero clamor por el cambio que decían motivar el comportamiento electoral, por ejemplo, recientemente, ante las urnas en el Reino Unido, manifestando, por encima de todo, “votar por el cambio”. ¿De qué cambio hablaba cada uno? ¿Quién, cómo, en dónde y de qué tipo de oferta o generación de nuevos empleos satisfactorios para todos y cada uno de los que lo deseaban esperaban? ¿En qué medida al pedir un cambio (del gobierno, de la política, de los empresarios, de los directivos, de los funcionarios, sindicatos, autoridades de todo tipo, de los servicios públicos prestados, de los Sistemas de Salud, de los medios, no los de transporte, de la educación, del turismo que no nos moleste en casa, pero del que podamos disfrutar de forma ilimitada en el exterior...) pensaban en sí mismos asumiendo su compromiso personal y actitud ante todos y cada uno de estos elementos-desafíos a los que enfrentarse? ¿A quién hemos de exigir un cambio (generalmente radical y disruptivo) sin que cuente con nuestro propio y personal cambio?
Esta misma semana tenía la ocasión de participar de un interesante ejercicio de “Nuevos Futuros” en el que como es natural, la aproximación innovadora y de cambio (casi siempre de todos los implicables) resulta imprescindible, aunque su primera formulación suele relegar visiones completas integradas e interrelacionadas o sistémicas, centrándose en un evento o proyecto concreto. Una aproximación para preguntarnos sobre el futuro, integrando un sinfín de Megatendencias y objetivos desafiantes en curso, abordando el pensamiento desde la observación, diseño y propósito de infraestructuras, en principio físicas, detonadores de comportamientos, desarrollos y estados de bienestar e inclusividad, así como de trabajo, formación y empleo para atender necesidades y demandas sociales
Así, por ejemplo, en el para muchos lejano Japón, se actúa sobre un extraordinario proyecto de infraestructura para construir un túnel especial de más de 500 kilómetros entre Tokio y Osaka. Pretende ser un corredor subterráneo para el transporte de mercancías con el objetivo de luchar contra las emisiones contaminantes (transporte como primer responsable y objetivo base para la descarbonización y la salvación del planeta que parece acompañar cualquier intervención o política). Contempla, debidamente alineada, la automatización y robotización con y desde plataformas eléctricas verdes que suplan además la no disponibilidad de “conductores y operarios” que previsiblemente será imposible emplear, en una población futura y envejecida que perderá más de 15 millones de trabajadores empleables, a la vez que será demandante de todo tipo de productos y servicios en sus núcleos urbanos, que, para entonces, habrán cambiado sustancialmente sus hábitos de movilidad, vivienda, y comportamiento social, en ambas ciudades clave del Japón de hoy y del mañana. 25.000 millones de dólares tras este proyecto, movilizando inversión pública y privada, cientos de empresas y múltiples proyectos convergentes en un proceso de 20 a 30 años. En su camino, repensar y reorientar el trabajo, y, sobre todo, la actitud para el cambio. ¿En qué medida los implicados comprometerán su cambio deseado?
Obviamente, una infraestructura, por potente e importante que sea, requiere un verdadero propósito multi estrategia y objetivos convergentes, y el desarrollo regional inclusivo ha de movilizar infinidad de actitudes, compromisos, protagonistas, y realidades base para facilitar su viabilidad. Más allá de visibilizar la “punta del iceberg” que suele brillar con luz propia por su éxito infraestructural, e incluso icónico, debe su éxito a la base y caras de la pirámide sobre la que se proyecta.
Grandes apuestas estratégicas y tractoras, de alta complejidad, orientadas a futuros distintos sinérgicamente interrelacionados. Apuestas integradoras de multi objetivos convergentes que trascienden de un continuismo paralizante. Apelar al cambio tiene todo el sentido del mundo cuando viene motivado por un propósito, un para qué y un con quién. Clamar por cambiar porque sí, sin saber hacia dónde se va, sin señalar el punto aproximado de llegada, sin señalar a los que han de comprometerse para hacerlo posible y, sobre todo, pedido o exigido de los demás, desde la confortabilidad de esperar “que cambien ellos” mientras nos instalamos en el “qué hay de lo mío”, no parece el camino acertado para lograr lo que, a priori, pudiera parecer imposible, pero que el tiempo, con la actitud y cooperación general, termina haciendo no solamente posible, sino mejor de lo inicialmente previsto.
La misión, coraje, compromiso y esfuerzo de muchos que, en algún momento, asumieron la responsabilidad de acometer su propio cambio, en procesos colaborativos y compartidos con otros, nos permite hoy, a lo largo del mundo, disfrutar de un presente mucho mejor de lo que fue nuestro pasado y contar con las fortalezas suficientes para soñar un futuro mejor, sin duda, sobre todo para próximas generaciones.
Hoy, como en el Reino Unido, el cambio se instala como clamor exigente. Confiemos en que no se quede en una demanda a terceros, sino que allí y en todas partes, el cambio sea, en verdad, una actitud innovadora al servicio de un mundo mejor, para todos.
En todo caso, como señalaban hace ya tiempo los responsables del Instituto Danés de Estudios de Futuro en su amplia investigación Unlocking the Future of People and Organizations (Desbloquear el futuro de la gente y las organizaciones), el reto esencial para producir un cambio pasa por la gente y su inversión en las organizaciones (empresariales, sociales, comunitarias) de las que forma parte. Acertar en su motivación, orientación hacia el futuro y reconducción de sus compromisos y roles a desempeñar, exige “navegar en la línea del futuro esperable y el cambio imprescindible” para lo que el logro de los resultados deseados exige “clusterizar” liderazgos y organización hacia el cambio, vida y carrera (no solo en el trabajo), gestionar el talento y las aspiraciones individuales y colectivas, entender y adecuar trabajo y tecnología, crear-impulsar una cultura específica y singular a la que responde el espacio de trabajo. ¿Es en esta dirección en la que corren los caballos de los que dependerá la solución de los complejos desafíos que enfrentamos?