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Mesa de redacción

Jontxu García

La libertad de expresión

Donald Trump vuelve a jugar con fuego. En su avión presidencial convertido en púlpito, el presidente de EE.UU. ha insinuado que quizá habría que retirar las licencias a las cadenas de televisión que, según él, “están un 97 %” en su contra. Lo dice sin rubor, como quien suelta una ocurrencia sin calibrar que está dinamitando uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia: la libertad de expresión. La frase es peligrosa no solo por lo que implica -usar su poder para castigar a los críticos- sino por la ligereza con la que se pronuncia. Trump presenta las licencias como si fueran un privilegio personal que él reparte y no una garantía institucional. Y lo hace en una semana cargada de simbolismo: Jimmy Kimmel, uno de los pocos late night que aún se atreve a desafiar a la derecha trumpista, ha sido retirado de la parrilla de ABC tras un comentario incómodo para la ultraderecha. Trump, siempre rápido para reescribir la realidad, insiste en que no es censura sino “malas audiencias”. Curioso. Cuando las críticas van contra él, es injusticia; cuando el silencio favorece sus intereses, solo es negocio. El periodismo no está para servir de coro complaciente ni de brazo propagandístico de ningún partido. En democracia la prensa no debe ser amiga del poder. Y si para Trump y compañía eso resulta insoportable, el problema no está en los micrófonos sino en quienes no soportan escuchar la verdad.