En Bizkaia, como en toda Europa, el suicidio sigue siendo la primera causa de muerte no natural. Sin embargo, pocas veces se aborda en público, pocas veces se reconoce que detrás de cada estadística hay una historia dura. En Getxo, un grupo de voluntarios ha decidido ocupar un lugar incómodo: el borde de un acantilado donde, con demasiada frecuencia, personas deciden poner fin a sus vidas. Este grupo de personas no son ni policías, ni psicólogos, ni sanitarios... son vecinos que han transformado su propio dolor en una vigilancia silenciosa. Colocan mensajes de apoyo y ofrecen un teléfono de ayuda. El proyecto lo han bautizado con el nombre de Zurt. El voluntariado es un ejemplo luminoso en la oscuridad, pero no debería ser la excepción. Si algo nos enseña esta experiencia es que el cuidado es una tarea comunitaria, pero también una responsabilidad institucional. Como sociedad, no podemos permitir que el sufrimiento se viva en silencio. La buena voluntad no puede sustituir lo que debe ser un compromiso colectivo. Los servicios de salud mental deben de ser accesibles, las farmacias, escuelas, la policía y las asociaciones deben trabajar en red. Es fundamental formar a profesionales, que se visibilice el problema sin temor, que se reconozca que hablar del suicidio no lo provoca, sino que lo puede llegar a prevenir.
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