Leo con fruición la noticia que llega desde Palma de Mallorca y que nos habla de la última rebelión ciudadana. Algo tan simple como es recuperar el espacio que nos pertenece, que no es otro que el del barrio o el de la calle donde vivimos. Todos lo sabemos y todos hemos tenido esa percepción de que el negocio hostelero y el turismo están desbordando la lógica y que su consumo de espacio público llega a niveles absurdos. El Palma los vecinos han decidido recuperar lo suyo mediante la táctica de mesa y mantel. Llenan plazas y calles de mesas, sillas y tuppers caseros para no consumir de la oferta de los establecimientos cercanos. Dicen que han adoptado precios adaptados a los visitantes no autóctonos y que son imposibles para los vecinos (incluido aquí la vivienda). Al que haya viajado en los últimos años a Venecia, París, Londres o cualquier ciudad apuntada al carro del turismo, no le sorprenderá el altísimo nivel de los precios, especialmente en hostelería. Llegados aquí, y sin menoscabar la importancia económica del turismo, creo importante reconducir algunas posturas. Conozco cada vez más gente que se borra del turismo de masas, tendencia a la que me apunto. Y ya sé que es una idea que no preocupa entre los gestores del macronegocio. Pero, como dijo el poeta, un piojo no puede parar un tren, pero puede atacar al maquinista.
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