Querido Nico: Parece que esta vez es la definitiva y después de que el año pasado marearas la perdiz, esta vez has optado por la directa y vas a hacer las maletas a toda velocidad para plantarte en Barcelona o, mejor dicho, en el Palancas F. C. con una sonrisa y un contrato millonario que lo más probable nunca lo cobres. Así, sin mirar atrás. Como quien cambia de serie en Netflix: rápido, impersonal, sin remordimientos.

No nos vamos a engañar. Con tu salida, el Athletic queda un poco más débil pero seguro que pronto alguien te hará olvidar. Pero lo que más duele no es la pérdida deportiva. Lo que escuece -y mucho- es la manera. El cómo. Porque, Nico, no te vas por necesidad, te vas por elección. Por ambición mal entendida. Por el brillo artificial de un club que está en bancarrota moral y económica, pero que sigue tirando de chequera como quien juega al Monopoly con billetes falsos y que a la mínima te dejará en la estacada.

Sí, Nico, esa es su historia. Has decidido dejar de ser cabeza de león para convertirte en cola de ratón de ese chaval de 18 años llamado Lamine Yamal al que llamas bro y con el que te diviertes haciendo bailes horteras. Nico, en Bilbao lo tenías todo: un club que te mimó desde el primer día, una afición que coreaba tu nombre como si fueras una promesa eterna. Pero has preferido irte. Como tantos otros que confundieron el tamaño del estadio con el tamaño de los valores.