Llevaba yo días relamiéndome de gusto al pensar en lo cerca que están las vacaciones. Tenía todo planeado: horas tumbada al sol y a remojo, chiringuitos, sobremesas infinitas, despertar cuando al ojo le dé la gana abrirse y no al son del despertador... Hasta había hecho mi selección de lectura. Sobre todo, tenía ganas de no ir de un lado a otro como pollo sin cabeza. “Regalo horas, que ahora me sobran”, me decía el otro día un compañero recién jubilado. “Que sean ociosas”, respondí. Un día de 28 horas ocupadas en escapadas al súper, carreras para recoger a los niños de las extraescolares o buscar un hueco mínimo para hacer el cambio de armario, todo para usted. No me interesa. Pero al lío, que me despisto. Como les decía, andaba ya soñando despierta cuando me llama el director a su oficina. A partir de septiembre, me dice, me cambian de sección. A Economía, búsquenle la gracia siendo una persona de Letras. Y claro, para ir preparándome, me ha apuntado a un curso on line que, ¡oh, sorpresa!, coincide con mi mes de vacaciones. “Solo es una horita al día, para que la vuelta se te haga más suave”, dice. Ah, y que me han tenido que corregir algunos errores gramaticales, por lo que será mejor que practique también un poco. Para que no me pille el toro con las entregas al ser un ámbito nuevo, añade, sería recomendable que le dedique un rato por las tardes en casa. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Pero a quien tenga hijos le sonará.