Una de las imágenes de esta semana ha sido de lo más surrealista que se ha visto en mucho tiempo. Por un lado, un Donald Trump que ha entrado como un elefante en una cacharrería y, por otro, ese personaje que está en todas las salsas llamado Elon Musk que, con visera y junto a su hijo de 4 años de nombre impronunciable y que se escribe algo así como X Æ A-12 a hombros, anunciaban entre risas y juegos del pequeño el despido de cientos de miles de trabajadores, además de advertir a los trabajadores de algunas dependencias que se avecinaban grandes recortes. Así, de esta guisa, Trump estampaba su firma de grandes garabatos en la correspondiente orden federal, al tiempo que instruía a los dirigentes de las agencias a planificar “reducciones masivas de personal”. Por supuesto, que las razones estuvieron a la altura de la imagen. “Si no eliminamos las raíces de la maleza, entonces es fácil que la maleza vuelva a crecer”, justificó Elon Musk. O sea, que esos más de 200.000 trabajadores despedidos perdían su trabajo no por el terrible pecado de su desempeño, sino porque simplemente fueron contratados antes de que Trump asumiera el cargo. Y, cómo no, las explicaciones del presidente de por qué se encontraba el niño en el Despacho Oval también estuvieron a la altura de la escena: “Es un gran niño con un alto coeficiente intelectual”, se justificó Trump. Para echarse a temblar.