Seguro que en puertas de estrenar febrero se habrá percatado de que, en ese jeroglífico que es su factura eléctrica, lo único que entiende es que le han desaparecido euros de más de su cuenta corriente. O de que cuando ha vaciado de contenido su carro de la compra, más deshabitada se ha quedado la cartera a cambio de cuatro cosas que no rebosan ni el recipiente de las hortalizas, que le cuestan lo mismo a un cirujano, un ertzaina, un repartidor de comida basura o a un periodista. No digamos como le haya dado todo un ataque de consumidor para adquirir cuatro harapos a precio de saldo dándose codazos en las rebajas. Si tiene la dicha de vivir en pareja e hizo aquellos votos de emparentarse con amor en la riqueza y en la pobreza, haga la prueba de calcular en qué parte de la ecuación lleva más tiempo cohabitando mientras la clase política dirime sus cuitas echándose a la cara todo aquello que le haría a usted la existencia más liviana. Porque a ellos, en sus guerras, les va otra cosa, principalmente acrecentar su acaudalado nivel de vida. De eso van sus intestinas luchas de poder al tiempo que, por visiones como ésta, le acusen de demagogo. Y si tiene suerte de ser pensionista, y no trabajador por cuenta ajena con su sueldo más años congelado que la Groenlandia de Trump, le venderán la conquista de una subida aunque le sisen la aportación mediante otra vía, en sus narices y, a poder ser, sin que se entere. Porque lo peor es que nos toman por tontos.