Como el tiempo ha puesto a los virus en su sitio, este año esperamos el pico de gripe en 3, 2, 1...0. Ya que soy de pillarlos al vuelo, me vacuno. Directamente pongo un brazo, y luego otro, y que me pinchen las banderillas que quieran. La gripe es un extraño fenómeno que, teniendo la posibilidad de contagiar a media humanidad, suele infectar siempre a mi marido que la vive como si fuera la antesala de la muerte. Así que, por culpa de unas flemas y algo de tos, convivo con docenas de sobres de frenadol, el vaporub, la couldina y todos los antipiréticos que caben en el Vademecum. La operación tormenta de mocos solo se activa por la noche pero parece una guerra bacteriológica. Los niños están también abonados a los resfriados. Dejas al peque en la haurreskola con una salud de hierro y lo recoges con estalactitas verdes. Eso sí, ellos tienen un jarabe milagroso. Dicen del Red Bull pero ¿qué me cuentan del Dalsy? Pone a los críos como en una rave. Volviendo al mundo de los adultos, hay quien se queda en la cama una semana por un constipado, y quien echa los gérmenes en las rebajas. Y rebuscan jerseys, ¡achís!, ¡achís!, y no adivinas si se han limpiado las velas con el kleenex, o con la manga del suéter del mostrador. Aunque lo que más me molesta es esa gente que, con un trancazo del 15, pasa de usar la mascarilla. Saben que los estornudos y los virus son superamiguis, pero a ellos, no hay quien les tosa.