Hace casi cuatro años que nos dejó el emérito. Entiéndase bien, quiero decir que abandonó el Estado. Cuando el 3 de agosto de 2020, el Borbón se nombró huésped de honor del heredero emiratí en Abu Dabhi, con la justicia decapitando su cabeza, tenía varias causas abiertas. Pero en este tiempo le han despejado el horizonte y, una tras otra, las investigaciones en su contra se han cerrado. Por eso, a estas alturas ya he perdido la cuenta de cuántas veces nos ha visitado. Las regatas de Sanxenxo han dado al campechano la fórmula para normalizar su presencia. ¿Quién se acuerda de que estuvo acusado de fraude fiscal? Ahora ya no le siguen las cámaras ni levanta expectación. Normal. No era plan esa persecución al impulsor de la fantástica democracia de la que gozamos por un blanqueo de capitales de nada. ¿De verdad había que hacerle ese placaje por usar unas tarjetas opacas de las que no era titular? ¿Qué importancia tendría que este marido fiel, y cariñoso que supo inculcar a sus hijos valores de honestidad, prudencia y sacrificio hubiera donado 65 millones de euros a su amante Corinna Larsen? ¡Qué bobada la cacería montada por millonarias transacciones con monarquías árabes por los servicios prestados! Atrás quedan sus caprichos, los devaneos, los elefantes de Bostwana, y por supuesto, esas grandes fiestas en las que nunca falta uno de sus grandes amigos. El célebre Jack Daniels.
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