NO me canturreen Din-dan-don, din-dan-don! Eguberri on! que a estas alturas estamos todos más cascados que los Reyes Magos. La tregua entre Año Nuevo y el 6 de enero resulta a todas luces insuficiente para limpiar los chakras. Y quien dice chakras dice el fondo de la nevera, donde los yogures con bífidus meten tripa para hacer hueco a los restos navideños: un plato de tu madre con dos chipirones fosilizados, cinco langostinos envueltos en albal que, a juzgar por la barba, deben ser de Nochebuena, una fuente tapizada con lonchas variadas de embutido tipo patchwork, un botellón de 2 litros de Fanta... Urge vaciar stock, pero la cosa está chunga. Entre meterle un pellizco al roscón de prueba y comerte un espárrago desmadejado al lado de una croqueta seca en un bol, el primero gana por goleada. Y eso que los pasteleros colocan por nuestro bien frutas escarchadas como elemento disuasorio. En esta recta final de las fiestas están empachadas hasta las roombas, que se han hartado de aspirar confetis y pendientes de cuñadas. Y todavía les queda la cabalgata y esas entradas para el PIN que han intentado meter a la lavadora olvidadas en el bolsillo de un vaquero y que han interceptado esos pequeños detectives que tienen en casa. Si me muriera, no sé si preferiría reencarnarme en el maratón para los regalos de última hora o en el batallón ¿Dónde pusimos las mascarillas? Espera, que he encontrado una bajo la cama. ¿Desde cuándo no barremos?

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