LA brutal paliza a un joven de 19 años de Zumarraga en Bruselas con objetos de metal y bates de béisbol la pasada semana destapa una vez más una realidad social que genera verdadero miedo, principalmente porque los protagonistas son, en su mayoría, jóvenes que utilizan la violencia y no reparan en sus consecuencias. Este reciente suceso se asemeja al que sucedió en Amorebieta en julio de 2021 donde una decena de jóvenes, integrantes de la denominada banda Los Hermanos Koala, apalearon a Alex hasta dejarlo en coma durante un botellón. Desde entonces lucha por sobrevivir. Estas historias me horrorizan, no solo por esa brutalidad inhumana que las rodea sino porque en el fondo, como parte de esta sociedad, somos también responsables. Pese a que los agresores son también víctimas de una sociedad enferma, absorbida por las nuevas tecnologías y en la que escasean los valores, los autores de este tipo de atrocidades no deben quedar impunes, sean o no menores de edad. Deben reconocer su culpa y pedir perdón, aunque a la madre de Alex –tal y cómo ha confesado en una entrevista en este periódico– de poco o de nada le sirva que quienes a golpes segaron la vida de su hijo entonen el mea culpa. Pero se puede trabajar para evitarlo. Decía Nelson Mandela que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Razón no le falta. Es necesario trabajar con los más jóvenes y dotarles de herramientas para identificar situaciones de violencia.
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