Si un alienígena aterrizara en la Gran Vía bilbaina y viese en un escaparate un montón de pantallas con informativos de televisión (ya saben una escena mítica de los telefilmes yanquis) pensaría que el apocalipsis ha llegado. Terremotos devastadores, inundaciones catastróficas, cosechas arrasadas, explosión de temporales, descuartizadores que se dejan el ticket de la compra junto a un trozo de pelvis, Aznar llamando a la rebelión... Y, en medio, Euskadi sufriendo temperaturas tropicales, calimas saharianas y lluvias torrenciales. Hubo días de agosto que hizo tanto calor que en Bilbao se vieron dos hobbits dando vueltas a la plaza Moyúa para tirar un anillo dentro de la fuente. Este mes de septiembre, en el grill de cualquier microondas hacía menos calor que en el sofá de mi casa. Decididamente, el mundo se ha vuelto loco desde que a las gotas frías se las llama Danas, las borrascas se bautizan con nombres de señoritas cachondas, las tormentas son ciclogénesis explosivas, y las olas de calor extremo vienen acompañadas de anticiclones como Caronte, el barquero del infierno. Muy mal nos hemos debido portar en otra vida para que los del PP nos manden las diez plagas de Egipto. Feijóo todo el día desatado con su lluvia de ranas e Isabel con la invasión de langostas, pidiendo que los cuatro jinetes del apocalipsis hagan justicia antes de que el país se desmorone.

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