ME declaro meteobjetora. Esto es, paso de las predicciones del tiempo casi tanto como de las de Nostradamus. A lo sumo aplico el método suricato, consistente en asomarse a la ventana y otear si el personal lleva el paraguas de serie o con el extra de bufanda y guantes. Es lo que tiene ir al curro andando. Que no tienes que estar pendiente de los quitanieves, aunque un error de cálculo lo pagas con una jornada de pies encharcados o la colada desparramada por el Pagasarri. Mi desafección hacia los frentes polares es tal que en los ascensores hago que whatsappeo con el móvil, no vaya a ser que coincida con un erudito y me dé la isobara: “Parece que el viento del noroeste con fuerza 6 originará marejadilla aumentando a mar gruesa por la tarde-noche”. “¡Vaya, por Dios! Justo hoy que tenía pensado salir a navegar con mi colchoneta de flamenco y mis remos de plástico”. En fin, que las precipitaciones son persistentes. Por eso el paisaje es verde. Los copos de nieve caen. Algunos los disfrutan con el móvil y otros con los esquís. Y hace un frío que pela. Para algo están los gorros con o sin borla. Ahora, que una cosa es que no me sepa al dedillo los avisos amarillos o no me pirre que me peten el teléfono con fotos de bolitas de granizo y otra que no me crea a pies juntillas el cambio climático. Quería aclararlo porque la activista Greta Thunberg anda suelta y lo mismo se me presenta en casa en menos de lo que se derrite un casquete polar.

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