SI Gandhi levantara la cabeza que mantuvo erguida frente al Raj británico, el “alma grande” (Mahatma), como le llamó otro indio universal, Rabindranath Tagore, contemplaría no solo la India independiente –y hoy pujante– que decía ver a través de sus redondos anteojos, sino el reverso de aquella colonización del siglo pasado. Los diez mil hindúes que vivían dentro de los horizontes de Charing Cross antes de la independencia son hoy 1,5 millones. Una gran parte, llegados en menos tiempo del que hicieron en su tierra los soldados de la British Indian Army. No pocos, enriquecidos por su infatigable labor en un comercio, el británico, que les sacó de la India con escala en países asiáticos y africanos. Y uno de ellos, Rishi Sunak, de familia punjabí que hizo fortuna en Kenia y Tanzania, lo que no logró el guyaratí Gandhi en Sudáfrica, ocupa el cargo de Primer Ministro desde el que Clement R. Attlee anunció en 1947 que Gran Bretaña renunciaba a la India. Dijo Tagore que dirigir a los hombres no es tarea fácil pero empujarlos resulta muy sencillo. E imaginar cómo Sunak, desde su despacho de Westminster, contempla Parliament Square y la estatua de bronce creada por Philip Jackson y que David Cameron desveló en 2015 con la figura de Gandhi lleva hasta una cita de este, plena de ironía: “¿La civilización occidental? Bueno, sería una excelente idea”. l