'Hermanito’, la versión en castellano del libro del bertsolari Amets Arzallus, recoge la historia real de Ibrahima Balde desde su Guinea natal hasta su llegada a Irun en busca de su hermano. Una historia que me ha llegado al corazón, igual que al Papa Francisco, que en su viaje a Malta lo recomendó para entender las historias de los migrantes que se juegan la vida en las aguas del Mediterráneo en busca de una vida mejor. “Al igual que Europa hace sitio generosamente a los ucranianos que llaman a la puerta, también lo debe hacer con quienes vienen del Mediterráneo”, ha reclamado el pontífice. No puedo estar más de acuerdo. Cada vez se remueven menos conciencias viendo las horrorosas imágenes de los migrantes muertos en la frontera de Melilla o las de los cuerpos sin vida que llegan a las playas del Mediterráneo, víctimas de los naufragios. Fotografías que recuerdan a la del pequeño Aylan Kurdi, un símbolo del drama de la migración, cuyo cuerpo apareció muerto en 2015 en la playa turca de Bordum y que impactó a todo el mundo, especialmente en Europa que miraba por primera vez con ojos sorprendidos lo que ocurría a orillas de su territorio. Pero han pasado siete años, y siguen muriendo niños y niñas en el mar. El mundo ha olvidado la realidad que día a día viven miles de refugiados que intentan huir de sus países. Hasta para morir hay clases, migrantes de primera y de segunda categoría.

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