ADEZCO lo que llaman los especialistas el síndrome de Navidad. Yo lo definiría como un virus que me alcanza el corazón y las tripas cuando comienzo a anticipar las celebraciones navideñas, cuando ser feliz es una obligación. Pero por estas fechas también hay otro sentimiento que me inunda cada vez que enciendo la televisión: la indignación. Las cadenas siguen emitiendo anuncios de perfumes que desempoderan a la mujer y nos siguen sacando los colores por machistas. Alrededor del mundo continúan los avances de las mujeres en la economía, el arte, la ciencia, el deporte y el activismo, pero en la publicidad parecen permanecer estancados. Carmen Kass se sumerge en una piscina de oro y emerge convertida en una botella de perfume. La modelo lleva igual o menos ropa que la chica en moto que en la década de los noventa buscaba a Jacq’s, mientras se bajaba la cremallera del escote hasta cuando le preguntaban la hora. Micromachismos que se repiten una y otra vez en los esperados anuncios navideños de colonias. La publicidad, lejos de ser un elemento inofensivo que rellena los huecos de la programación televisiva, ofrece modelos colectivos de valores y comportamientos, más allá del propio producto que anima a adquirir. ¿Será que al sistema le interesa seguir manteniendo la desigualdad de género, en la que la mujer tiene una posición subordinada con respecto del hombre?

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