ESCANSE en paz. Es lo que se dice cuando alguien fallece. Pero resulta sarcástico si ha sido porque le han descerrajado un tiro en la nuca. O lo han hecho saltar por los aires con un coche bomba. O se le ha caído la casa encima porque su padre era guardia civil. Hubo un tiempo en que cientos de personas fueron asesinadas y murieron de cualquier forma, menos en paz. Otros crecimos con ello. Viendo cómo subía el contador de víctimas y dejándonos llevar por la inercia. Sin acercarnos a las bolsas porque a un niño le explotó una. Cruzando de calle para evitar la comisaría. Oyendo cómo el graciosillo de turno nos llamaba "etarras" en el pueblo de veraneo. No hablando de política para no entrar en un bucle infinito. Sorprendiéndonos cuando un foráneo preguntaba en las fiestas si los que salían en las fotos eran de una peña. Viendo su cara de asombro cuando le decíamos que eran presos de ETA. Sin entender a quienes temían venir a Euskadi por si en las calles, además de peatones, se cruzaban las balas. Lo peor es que a veces acertaban. Viendo quemar contenedores. Contando las horas para una ejecución anunciada. Tomando conciencia. Manifestándonos. Deseando que la tregua durante la cual tuvimos a nuestro primer hijo fuera infinita. Llorando defraudados. Pidiendo que al menos el segundo naciera en paz. Emocionándonos cuando ETA anunció su final unos días antes del parto. Hace ya diez años.

arodriguez@deia.eus