E de confesar que el pasado jueves, al término del Consejo Vasco de Finanzas, estuve a punto de sacar de la nevera el champán destinado en principio para celebrar el fin de la pandemia. Cuando a uno le dicen que las haciendas vascas afrontan un agujero de 3.000 millones de euros y a la hora de la verdad el pozo es solo, pongámosle comillas, de 2.000 millones apetece celebrar la remontada. Es como ir perdiendo cuatro a cero y terminar el partido con un cuatro a dos. El resultado es el mismo, pero al menos la imagen no es tan negativa. Hay que acostumbrarse a analizar los datos económicos con hándicap, con coeficiente corrector, porque, se comparen de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, el resultado va a ser lacrimógeno. Estamos ante una catástrofe natural que ha impactado directamente en el tejido productivo. Y si la inundación, en lugar de llegar al cuello, se queda en la cintura, eso que ganamos. En este caso, aunque sigue lloviendo de lo lindo, el agua parece que no pasará de las rodillas. Los presupuestos del conjunto de las administraciones vascas van a sufrir, pero van a contar con el paraguas de los ahorros de los últimos años, el nuevo margen de déficit y, en general, con una estructura financiera sólida. Los dineros hacen mucho ruido siempre, sobre todo cuando escasean por el eco que generan en la caja vacía. La clave es destinar lo que hay a las cuestiones prioritarias. Nada que no vivan las familias en su casa.