UANTO más fracturado se oferta el mundo independentista, desnortado en su estrategia, mejores resultados le auguran los sondeos hasta el punto no solo de reforzar su mayoría absoluta en escaños sino que podría superar por vez primera en su historia la barrera del 50% de votos. Una predicción a horas de celebrarse la Diada, diezmada por el covid, y de la próxima inhabilitación del president Torra, que lidia sus diferencias ante la (in)justicia; con sus socios de gobierno; y no digamos ya ante el fuego amigo de aquellos que por décadas rindieron pleitesía al pujolismo para luego travestirse hacia el secesionismo y ahora posconverger al posibilismo en forma de escisión o nuevo proyecto culpando de todo mal -más personal que colectivo- al exiliado Puigdemont. La última pirueta en el soberanismo llega del bando republicano, otros entregados al pragmatismo, en tanto que el "manual para ganar" de Junqueras recupera la vía unilateral y la desobediencia si España desdeña sine die el referéndum. "Es la capacidad de mantener la iniciativa política e imponer una agenda determinada a través de hechos consumados", dice el prócer de Esquerra. ¡Cosas veredes!, pues no llevan tiempo zumbando al residente en Waterloo por hacer ascos a esa bilateralidad cuyo centro de operaciones empieza y acaba en Madrid. Quizá sea el aliento en el cogote electoral. Y entre tanto juego de tronos, la calle sigue arremangada fiel a sus principios.

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