N la calle Reyes Católicos, en Irala, se concentra en unos pocos metros una de las grandes contradicciones de esta crisis vírica. Permanecen abiertos, una frente al otro, una farmacia y un estanco, ambos tocados por la varita de las actividades esenciales. Son el yin y yang del comercio. Por un lado está el lugar donde los ciudadanos se abastecen de la munición necesaria para mejorar su salud y, por otro, el local en el que se compra el veneno que puede agravarla. Dos extremos de la cadena comercial que en los días de mayor actividad pueden llegar a rozarse por la fila de feligreses que acude a cada parroquia. No es la única paradoja del coronavirus, algunas son más visibles. Ahí está el esfuerzo del grupo de científicos de varios centros de investigación vascos para desarrollar un test rápido y fiable del covid-19, sin cobrar un euro más por ello, comparado con la bronca parlamentaria del pasado jueves en el Congreso de los Diputados, donde los que dejan los escaños vacíos no solo cobran todo su sueldo, además siguen percibiendo el plus de un desplazamiento que no realizan. Qué difícil es a veces que la política, la cooperación y la solidaridad coincidan bajo el mismo techo. Ocurre lo mismo en la UE, donde el norte ha vuelto a levantar un muro con el sur: Se ha resistido hasta el último minuto a desbloquear fondos para el escudo antivirus y sigue sin abrir la mano para buscar fórmulas de financiación conjunta aunque el proyecto europeo vuelva a estar contra las cuerdas.