Ni la ley del divorcio llevó a un aumento de las rupturas de parejas, ni la ley del aborto provocó más interrupciones de embarazos, ni la ley de eutanasia incitará a nadie a quitarse la vida. Sin embargo, la oposición política y religiosa a este tipo de regulaciones legales sigue siendo radical. Los conservadores se oponían al divorcio, pero mantenían vidas sentimentales paralelas a la pública de sus modélicos matrimonios; empujaban al banquillo y a la cárcel a las mujeres que habían abortado, pero pagaban religiosamente en Londres las facturas de los abortos de sus modélicas familias, y se rasgan hoy las vestiduras por la regulación de la eutanasia y la muerte digna, cuando en sus modélicas clínicas privadas de crucifijo en la pared se mira para otro lado mientras se desenchufa el hilo que mantiene a una persona artificial y cruelmente amarrada a una vida que ya no quiere vivir. Hay una doble moral alimentada, básicamente, por el número de ceros que adorna las cuentas corrientes; una moral para los que lo tienen todo, en lo divino y en lo humano, y por ello gozan del derecho a tener todos los derechos, y otra moral para los que tienen menos y que, por esa misma lógica, deben ver restringidos sus derechos y perseguidos si se atreven a hacer uso de ellos. Tras esas morales se oculta la gran inmoralidad que ha hecho siempre de este mundo un sitio tan difícil de habitar para demasiados. Así las cosas, es el momento de desarrollar una ley universal contra esta inmoralidad.