Ante la duda, sé rotundo y estridente. Este mandamiento figura en el manual de combate de muchos creadores de opinión, sean políticos o periodistas. También le rinden estricta obediencia ciudadanos de a pie en cuanto se les rebate algo, pero de estos puede uno pasar olímpicamente sin demasiadas consecuencias. No sé si habrá algún estudio de psicología en esta materia, pero basándome en el empirismo que es la base de la ciencia, yo diría que las personas tendemos a dar más credibilidad a aquel que argumenta sin mostrar ningún género de duda en lo que dice, y lo hace además subido de tono, que a quien da su opinión desde la modestia de poder estar equivocándose, utilizando un volumen moderado. Incluso teniendo la certeza de que el voceras está errando de forma flagrante, su determinación y la ausencia de concesiones al interlocutor hará dudar a este, aunque sea solo por un segundo. Los rotundos y estridentes mueven masas, aunque estas sean aborregadas, y se dejan acompañar además de personas con un nivel intelectual más elevado que, aun siendo conscientes de que el orador es un patán con patas, no quieren desperdiciar la oportunidad de obtener beneficios propios en ese río revuelto. Lo más preocupante es comprobar que, por pereza mental, hay personas que prefieren escuchar, y seguir, a quien le da empaquetados los argumentos, sin aplicarles un mínimo proceso intelectual. Son los consumidores de ideología basura, y hay riesgo de pandemia.