EL pasado sábado, el keniano Eliud Kipchoge se convirtió en el primer ser humano que completaba los 42.195 metros de un maratón en menos de dos horas. Lo hizo ayudado por una legión de liebres que, alineados en forma de V, le cortaban el poco viento que hacía esa mañana en el llano circuito del centro de Viena. Un día después, su compatriota Brigid Kosgei tuvo el honor de ser la primera mujer en bajar de la barrera de las dos horas y quince minutos para completar la misma distancia. Además de la nacionalidad, los dos atletas africanos tuvieron en común calzar las mismas zapatillas, el modelo Alphafly de Nike. Un calzado provisto en su suela de una espuma especial y una placa de fibra de carbono que mejoran el rendimiento del atleta entre un 4% y un 6%, según algunos estudios. La utilización de esta zapatilla es cuestionada por los más puristas, que la consideran un dopaje tecnológico. Es no querer ver la evolución. ¿Qué habría sido del tenis si todavía se jugara con raquetas de madera? ¿Cómo sería el fútbol actual si aún persistieran los balones de cuero con correas y los borceguíes con suela de madera? ¿En cuánto tiempo correría Usain Bolt los 100 metros sobre una pista de ceniza? ¿Por qué a los ciclistas que completan el Tour les permiten usar bicicletas con múltiples desarrollos? Porque en esta vida todo evoluciona. Y en el deporte, también. El futuro ya está aquí. La época de las cavernas queda cada vez más lejos.

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