eL independentismo político se mueve como un funambulista sobre la cuerda de la unidad a días de que las calles de Catalunya se conviertan una vez más en una riada social exigiendo el derecho a decidir. Los dimes y diretes entre JxCat, sus familias, ERC y sectores de la ANC se exponen ya sin tapujos desde dentro en clave partidista y solo la sentencia del TS ejerce como nexo sobre el que aparentar una difuminada hoja de ruta hacia la República. Poco importa ya a la clase dirigente del 1-O, la que no supo ceder el testigo a otra generación más sensata en los procedimientos, que una mayoría parlamentaria en las urnas, que las encuestas ratifican sucesivamente, desconectara hace ya unos años de su relación con el Estado. Mientras la sociedad empuja hacia el proyecto de ensanchar bases y trata de embutir ataques ajenos y propios, expresidentes de la Generalitat del ala convergente se afanan en lo suyo. Uno, en retomar el protagonismo diluido por el exilio; otro, en amagar con recuperar el púlpito del poder. El aspirante republicano, diezmado por la prisión, tampoco olvida avivar el fuego si es menester y el actual jefe del Govern se enroca en la confrontación sin diseminar el ho tornarem a fer. Así, entre todos, agitan el avispero del desencanto. “Las sillas y los sueldos no nos tumban los principios”, se consuela el militante, ese que siempre corrige el rumbo para que soberanismo no sea solo un concepto electoralista.

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