ES posible que ustedes también se hayan topado con uno de ellos o de ellas, que en este caso, en todos los géneros cuecen habas. Les gusta estar informados o informadas, no de materias didácticas, sino de chascarrillos de todo tipo, a pesar de que no utilizan la información en beneficio propio. Su objetivo parece ser demostrar que saben más que el resto de los mortales. Acopian datos como quien apila latas en un bunker a la espera del cataclismo nuclear. En su caso, podría decirse que registran todo lo que ocurre a su alrededor para evitar el vacío que se produciría en el caso de que un apagón digital dejara bloqueado en el ciberespacio todo el conocimiento trivial de su entorno. Dónde vive fulano -ya sea uno del barrio o un compañero de trabajo-, quiénes son los amigos de los hijos de mengana, qué música le gusta al vecino del cuarto, cuándo y dónde van de vacaciones los Goñi... No se trata de cotilleo puro y duro, van más allá, porque no se manejan como la portera -mil perdones al gremio- contándoselo a todo bicho viviente. Esperan pacientemente hasta que ven la oportunidad de deslizar el dato en las conversaciones y quedan por encima como la mancha de aceite. Y en ocasiones incluso tienen guardada información ajena que reciclan como vivencia propia para no tener que quedarse en silencio cuando otros cuentan experiencias reales. Son víctimas de un síndrome de Diógenes del conocimiento.