HOY se cumplen dos meses de la victoria de Pedro Sánchez en las pasadas elecciones generales. Por detrás del PSOE se situaron el Partido Popular de Casado, los Ciudadanos que lidera Albert Rivera, Unidas Podemos de Pablo Iglesias y el sorprendente Vox de Santiago Abascal. Nada que las previsiones no hubieran anticipado. Estaba claro que nadie podría gobernar en solitario, que los tiempos del bipartidismo habían llegado a su fin y que el aspirante a ocupar el despacho de La Moncloa debería tener el talante, la mano izquierda y la generosidad necesarias para ceder un poco de protagonismo y poder para asumir la presidencia del Estado y afrontar los cuatro años de legislatura con el respaldo mayoritario de la Cámara. Sin embargo, nada de eso se ha cumplido en estos sesenta días, en los que ni unos ni otros han conseguido cerrar un pacto por la estabilidad. Y los que lo lograron -esa derecha rancia que ha salido del armario tras dividirse en tres ramas que salen del mismo tronco- se tiran ya los trastos a la cabeza por un quítame allá esa concejalía. Y España navega hacia la incertidumbre, sin distinguir entre lo posible y lo deseable, entre lo utópico y lo realizable. Como si todos estuvieran interesados en repetir una convocatoria de elecciones para la vuelta de verano, cuando el calor merme y deje de afectar a las meninges de unos políticos sin capacidad de consensuar.

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