LLEGÓ Trump ayer a Londres picando rueda en el Air Force One y no se había sacado todavía el palillo de la boca cuando empezó a insultar al alcalde de la ciudad, Sadiq Khan. Le debió saber a poco la última visita en 2018 cuando el palillo ahí seguía en su estreno de la pompa británica, sin reverencias y caminando por delante de Isabel II, un error que todo el mundo conoce como un sacrilegio en una visita a la representante de la monarquía más antigua del mundo. Trump llegó y con Melania se hizo una foto en Buckingham con una reina en el medio. Aquello parecía un festival de sombreros de las carreras de Ascot, que es una cosa muy estravagante en la isla del Brexit, de hecho, esta vez a los sombreros y a la reina le acompañaban un cerdo vietnamita que lo mismo te monta una guerra comercial con los chinos que manda a los británicos largarse de la UE sin contemplaciones, o sea, sin pagar. Lo de los reyes europeos y los mandatarios norteamericanos con sus primeras damas siempre ha dejado una equivalencia un poco basura que induce a la comparación entre unas costillas barbacoa y una pasta de té bebido con el meñique en alto. Pero estas cosas Trump las disfruta más que el Twitter, ninguneando a la cuna presume con sus bellaquerías de ese bonus track que la vida le dio con paladas de dinero y poder. Como todas las monarquías centellean y acaban, también hasta con mondadientes, en los libros de historia.

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