SIGUE la marejada por el desembarco de las candidaturas promovidas por la ANC en la Cámara de Comercio de Barcelona. Para el que no esté avisado, recordarle que este mes se ha votado la representación empresarial y se han renovado los órganos de gobierno con una aplastante entrada de candidatos de sensibilidad indepe. Esta semana todavía seguían saltando alarmas en el ámbito de las grandes empresas del Estado. La CEOE ha pedido que no se haga política desde la Cámara y se limiten a sus funciones. No sé cómo pueden dedicarse a funciones no recogidas en sus estatutos, pero si les preocupa será que se puede. Ahora y antes, intuyo. Las votaciones han dejado en evidencia que el capital independentista es el de las pequeñas empresas y autónomos. A la vista está que las candidaturas ganadoras las componen ese perfil empresarial. No está la gran banca ni las constructoras ni las aseguradoras y -vaya usted a saber por qué- tampoco sorprende. Quizá lo más curioso es el debate abierto sobre la representatividad de los elegidos en relación al tejido económico de Catalunya. Ciertamente, una elección en la que ha participado un 4,55% del censo no es un ejemplo de legitimación masiva. Pero la sensibilidad no independentista que copaba los órganos de gobierno hasta ahora salió de un proceso en el que la participación rondó el 2%. Lo que me hace temer que el problema de legitimidad consiste en que la falta de representatividad ha dejado de ser “la correcta”.