UNA vez terminada la temporada de fútbol, parecía que las casas de apuestas, esas que se han colado en todos los ámbitos de nuestras vidas, retornaban a sus cuarteles de invierno. Ya no pueden ofrecer beneficios por acertar el resultado de un partido de fútbol, cuántos goles se meterán en el primer tiempo o en el segundo, quién será el autor del primer tanto, cuántos córneres botarán ambos equipos a lo largo de los noventa minutos de juego, a quién le sacarán la primera tarjeta del duelo... Todas esas variantes que animan a apostantes ludópatas de todas las edades a gastarse los euros que les faltan para vivir una ilusión que casi siempre acaba en decepción. Pero no. No solo de fútbol viven las grandes casas de apuestas del mundo. Sin ir más lejos, el martes, una de estas grandes empresas insertaba un gran anuncio en un medio de comunicación español en el que advertía La probabilidad de que el PSOE gane las europeas es la misma de que el Barça marque en la final de Copa. Y resaltaban una cifra, 1,08 euros por euro apostado, además de una recomendación: Apuesta en política como apuestas en fútbol. Y no pasa nada. Porque a estas casas de apuestas les vale todo. Nadie marca los límites en los que se pueden mover cuando son las verdaderas culpables de que el número de ludópatas en el Estado se haya cuadruplicado desde su llegada. Y, lo que es peor, son los jóvenes sus víctimas preferidas.

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