Guerra sin cuartel. Por tierra, toga y aire. Sin piedad a por el enemigo, que ya no solo es rival. La oposición se desata desaforadamente contra el Gobierno. El perfil de la nueva corte de Feijóo trasluce inflexibilidad. Además, en este afán desestabilizador le ayuda en el decidido empeño su brazo armado de la judicatura. Los sonoros sopapos provocados por el inidoneidad del fiscal general –jamás conocida en democracia– y la insuficiente capacidad de la presidenta del Consejo de Estado erosionan peligrosamente algunos pilares del Estado de Derecho y, sobre todo, enrarecen al límite el entorno institucional y político. Nunca se conoció semejante agresividad irreducible, muy superior incluso a aquellos estertores del felipismo porque ahora no se otea cambio de viento alguno. Mucho menos mientras sigue inflándose el globo de la indignación por las exigencias de Puigdemont, el secretismo sobre las negociaciones en Suiza y los estrafalarios rosarios en Ferraz.

Abierta la nueva legislatura, el líder del PP pretende armarse con su gente de probada confianza, precisamente cuando empieza a darse cuenta de que desgasta la lejanía del poder. Lo hace, de entrada, porque ha conocido muchos buitres en Génova cuando en aquellas frecuentes visitas a Madrid como esperanza blanca de futuro le chivaban confiados las guerrillas internas del partido. También, porque quiere perros de presa para acogotar al gobierno de coalición. Toda una apuesta en la que sigue sin darse cuenta de que sus males solo tendrán remedio cuando apruebe la asignatura pendiente de Vox.

A la vista de los hechos, no va por el camino más indicado, desde luego. En la prueba del algodón de la belicosidad, siempre será la copia ante el original de Abascal y Ortega Smith. De momento, ha elegido a su obediente brigada Tellado porque nunca se portará con él como Cuca Gamarra en la defenestración de Casado. Y porque se brega como un jabato enjaulado sin importarle la mínima exigencia oratoria en la cornada. Una acechanza declarada contra el muro de la parte contraria a la que se sumará entusiasta el afilado dardo verbal de la rehabilitada Cayetana Álvarez de Toledo. A degüello y sin contemplaciones.

Semana de espinas

Acaba una semana de espinas sangrantes para Sánchez. Los revolcones judiciales sufridos, más allá de la justificada disculpa de ese CGPJ con olor de alcanfor, desnudan un favoritismo ideológico que ya fue denunciado en el mismo momento de estos nombramientos tan intencionados. Tampoco esta elocuente reprimenda va a hacer mella en el paso al frente del presidente. Mucho menos, desde luego, que su sostenida denuncia contra la inhumana represión militarizada de Israel. Un imperturbable pronunciamiento, no exento de cierto exceso crítico, que consolida su liderazgo de izquierdas y ensancha, como él siempre pretende, las diferencias ideológicas con la parte contraria. Una rentabilidad a cambio de enfurecer excesivamente a otro país demasiado poderoso por sus ramificaciones geoestratégicas tan influyentes.

No paran de abrirse los brotes incendiarios para el líder socialista. Tampoco les hace ascos porque esculpen su perfil. Le ocurre con las arremetidas grandilocuentes de un estrambótico Puigdemont que parecen más destinadas a generar titulares llamativos, pasto de su endogamia, que a remover la esencia de los acuerdos de investidura firmados. Imaginarse ahora a este europarlamentario forzando la caída de Sánchez para abrazar a Feijóo, como ha llegado a farfullar a modo de amenaza, exige un esfuerzo mental al alcance de pocos sensatos.

Más preocupante resulta el clima de animadversión que va emergiendo a nivel ciudadano, mediático, político y judicial en torno al alcance real de la ley de amnistía y de un futurible referéndum en Catalunya. La táctica del avestruz seguida en el encuentro con los teóricos verificadores fuera del país arroja toneladas de unos recelos justificados que solo contribuyen a inflamar la contestación a esta arriesgada apuesta del nuevo gobierno que, por cierto, nunca fue la primera opción de su presidente como él mismo ha venido a reconocer. Unas líneas rojas cargadas de alto voltaje que pueden deparar todavía sorpresas. La indudable ofensiva de un reconocido sector de la judicatura no va a ser tan infausta como las deplorables exhibiciones neofascistas ante la sede del PSOE en Madrid. Incluso, el ojo europeo vigilará mucho más presto de lo que desearía Bolaños la tramitación parlamentaria y la auténtica esencia del perdón al procès. No habrá tregua. Todos los saben y muchos hasta lo desean.